Año Picasso: el maestro y el ‘Guernica’. I Parte.
En pleno siglo XXI ‘Geurnica’ es una imagen capaz de generar una densa encrucijada de significados, donde se entremezclan su poder de mito, icono popular y símbolo cultural ilustrado.
MenuNadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.
La joven de la perla es el lienzo más famoso de Vermeer. No es un retrato, sino un 'tronie': la pintura de una figura imaginaria. Los tronies representaban el estudio de un tipo de personaje para mostrar las dotes del artista. En este caso, ¿un análisis del exotismo?
Desde el interior de un espacio oscuro, una mujer joven, casi una adolescente, nos observa por encima del hombro. De su boca entreabierta parece brotar una invitación, como si nos retara a descifrar sus pensamientos. Aunque contemplando los destellos de luz de sus labios húmedos alguien podría detectar cierta provocación, la mirada de la muchacha indica lo contrario. Su rostro transmite ensueño, sus ojos líquidos, intimidad y misterio. Nada indica su procedencia ni su intención. Ni el exótico turbante lapislázuli que envuelve su cabeza ni la perla en forma de lágrima que brilla sobre su cuello como por arte de magia.
La joven de la perla lleva más de tres siglos cautivando a todo el que la mira, desde que Johannes Vermeer, el pintor de Delft, pintó hacia 1665-1666 uno de los retratos más enigmáticos de la Historia del Arte. Ajena al tiempo y al espacio, liberada de todo contexto, la niña atrae y cohíbe a partes iguales. Construye así el pintor una imagen ambigua, creando una intimidad carismática entre ella y el espectador.
Cioran definió al de Delft como “el maestro de la intimidad y del silencio». Colarse en el interior de un cuadro de Vermeer es como escudriñar el lado más hondo y privado de la vida holandesa del siglo XVII, igual que la luz filtrada a través de una ventana ilumina cada escena. Esa luz evocadora que define los interiores burgueses. En ellos reina el sosiego, la discreción de la vida cotidiana, una intimidad tan pura, tan insondable que el espectador no se atreve a perturbar.
Penetrar en las profundidades emocionales de La joven de la perla se complica aún más. El fondo casi negro despoja de indicios la escena. No hay en el cuadro una sola pista del espacio en que tiene lugar el acto de pintar. Tampoco la ejecución del retrato ayuda. La técnica del pincel es suave: ninguna línea define el perfil de la parte izquierda de la nariz de la niña, sólo limitado por el color y el tono de la mejilla; la parte derecha y las fosas nasales se pierden también en las sombras. Los extremos difuminados de los ojos dificultan la lectura de su expresión. No se sabe si sonríe o está triste, si está preocupada o muerta de curiosidad, si nos incita a mirarla o nos rechaza de plano. Y es que, en realidad, la modelo sólo mira al pintor (¿y él a ella?).
También los detalles relativos la joven son un enigma. Profanos y eruditos han especulado durante siglos sobre su origen, su identidad, su relación con el pintor. Ni siquiera su edad ha podido determinarse. ¿Quién era ella? Hoy sigue siendo una pregunta abierta y hasta cierto punto, irrelevante. Nada en la tela nos ofrece una particularidad para situarla en un marco preciso. Es más, el exotismo de su indumentaria genera más preguntas que respuestas.
El tipo de turbante usado por la joven de Vermeer es tan inusual que no se ha encontrado una comparación razonable en el contexto de la pintura europea. Los críticos creen que Vermeer se inspiró en el arte más que en la vida, concretamente en el cuadro Muchacho con turbante y un ramillete de flores, pintado por Michael Sweerts hacia 1658. La obra, que actualmente cuelga en el Museo Thyssen-Bornemisza (Madrid), apareció por primera vez en Roma, hacia 1955, en la colección de Andrea Burisi Vici y ha sido objeto de diversas interpretaciones y conjeturas. También hay quienes relacionan a la niña de Delft con el retrato de Beatrice Cenci, de Guido Reni. Aunque nada indica que Vermeer viajase más allá de Ámsterdam o Rotterdam.
Pero volvamos a nuestra misteriosa niña. Johannes Vermeer, que fue un pintor de mujeres —todas ellas jóvenes, anónimas y encerradas— e interiores, parece jugar al despiste con esta tela desfondada —la única, junto a Retrato de una mujer joven (1666-1667) y La muchacha con flauta (1667)— en la que el artista decide prescindir del entorno. Según Arthur K. Wheelock Jr, “la pintura es un estudio idealizado que revela las tendencias clásicas de Vermeer”.
Tal vez por ello, se nos escapa la sutilidad del simbolismo del cuadro. La escena gira en torno a los ojos de la modelo y la perla pintada con dos pinceladas de blanco de plomo. La forma en que el pendiente brilla contra la oscuridad de su cuello, la mirada enigmática, el uso del color, el destacado juego de luces, la suavidad de la cara de la niña —cuyo desenfoque y simplificación de los rasgos proyecta una imagen ambigua— destacan la maestría de Vermeer en el tratamiento de la luz. El contraste entre la figura y el fondo también la hace ver más tridimensional, centrando la atención en las áreas más brillantes del rostro.
En el próximo artículo repasaremos los aspectos técnicos de la Joven de la perla, además de diversas curiosidades documentadas y otros enigmas sobre la vida de Johannes Vermer.
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