Diálogos de Libro

Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.

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Elisabetta Sirani, la gran dama del barroco italiano.

Elisabetta Sirani, orgullo de la escuela pictórica boloñesa, fue una artista admirada y prolífica que brilló por su sensibilidad y soltura.

Elisabetta Sirani. Autorretrato. Museo Pushkin. Moscú

Elisabetta Sirani, famosa en vida, citada por las fuentes antiguas y visitada por todos los artistas que pasaban por su ciudad natal (Bolonia), es otro ejemplo más de la sistemática costumbre de ignorar los nombres femeninos en la historia del arte. Es también una muestra de mujer pintora formada en el taller paterno. Giovanni Andrea Sirani, discípulo de Guido Reni y fiel seguidor de las directrices del maestro, decidió a la muerte de este fundar su propia escuela, donde ingresaron sus tres hijas: Elisabetta, Barbara y Ana María. Las dos últimas ejecutaron también sus propios retablos en iglesias de la ciudad.

A los 19 años tuvo que hacerse cargo del taller a causa de la imposibilidad de su padre. Gestiona ventas y encargos, instruye a sus aprendices y pinta a destajo. Las jóvenes de la nobleza boloñesa, atraídas por el ambiente cultural que allí se respira, se apuntan a la escuela no sólo a recibir clases de dibujo y pintura. También de música y literatura. La bottega se transforma rápidamente en una academia pionera, donde las mujeres disfrutan de las bellas artes y los marchantes de una vasta exposición permanente. La destreza en el dibujo y la rapidez de ejecución que muestra Elisabetta hará que su producción no se limite al retrato y al bodegón —géneros típicos femeninos en la época—. Su genio emerge en los grandes temas sagrados, alegóricos, mitológicos e históricos. Buen ejemplo de ello es su célebre Bautismo de Cristo, pintado para la Cartuja de Bolonia.

La joven artista recibe el apoyo del conde Carlo Cesare Malvasia, su futuro biógrafo. Además, las excelentes conexiones de Elisabetta Sirani con importantes figuras de la escena cultural de Bolonia le permiten contactar con el mecenazgo florentino, en particular con el cardenal Leopoldo Medici. Su fama internacional crece de manera exponencial, tanto por su talento artístico como por su iniciativa empresarial y comercial. Las duquesas de Parma, Baviera y Braunschweig son visitantes asiduas de la academia y admiradoras incondicionales de los lienzos de la «doncella prodigio».

El contexto histórico y social de la Bolonia del barroco era bastante abierto con respecto a los derechos y la formación de las mujeres. De hecho era la única entre todas las ciudades italianas en admitir mujeres en su universidad, desde el siglo XIII. El culto a Santa Catalina de Bolonia —Catalina dei Vigri, pintora clarisa muy conocida en su tiempo— favoreció también la consolidación de una atmósfera de apoyo a las mujeres cultas e instruidas. Las artistas femeninas gozaron del patrocinio cívico, eclesiástico y del mecenazgo.

Sirani hereda el estilo pictórico clasicista de Reni y el gusto por el color y las formas suaves de Rafael Sanzio. Por lo general, sus composiciones son de formato medio y simples en cuanto a diseño. Mantiene constantes los colores agradables, vivos toques de azul y rojo y claroscuros matizados en tonos terrosos. En sus dibujos a lápiz y tinta, introducía fuertes contrastes de luces, como podemos comprobar en el Santo fraile arrodillado y San Juan Bautista niño en el Desierto. Ambos dibujos a aguada, realizados a punta de pincel pertenecen a la colección permanente del Museo del Prado. Probablemente, su temprana muerte truncó una carrera que pudo haber evolucionado hacia el barroco decorativo de Luca Giordano. Sus obras hablan por sí mismas. creó en una década más de doscientas pinturas, firmadas todas ellas con su personal exquisitez y elegancia.

La carrera profesional de la Sirani no estuvo exenta de incidencias. Tuvo que enfrentarse a los rumores que atribuían su obra a su padre. Así, ni corta ni perezosa, se dedicó a trabajar en público, al alcance la vista de cualquiera para cortar de raíz todas las especulaciones con respecto a su talento.

Su prematura muerte en 1665 provocó gran conmoción en la ciudad, que se reflejó en los solemnes funerales públicos dedicados a la pittrice famosissima en la basílica de San Domenico. El 29 de agosto de 1665 fue enterrada junto a Guido Reni en el sepulcro de la familia Guidotti. Los poetas y los hombres de letras le dedicaron varias composiciones en verso. Giovanni Luigi Picinardi las publicó posteriormente bajo el título El pincel llorón.

El autorretrato que acompaña a este texto se exhibe en el Museo Puskin de Moscú. En él, la pintora parece reafirmarse en su condición de artista y de mujer. «No solo rompe con la habitual tradición de pequeño formato, sino que ante todo concibe su obra como un manifiesto de su femineidad, o lo que es igual como una metáfora de la mujer artista«, escribe Emilia Montaner López en su Alegoría de la pintura como metáfora de la mujer artista.

El resto de sus obras se encuentran repartidas en diferentes pinacotecas de mundo —Fundación Miles de Houston, Museo di Capodimonte de Nápoles, Gallerie Nazionali d’Arte Antica (Roma), Pinacoteca Nacional de Bolonia, Galería de los Uffizi (Florencia)— e importantes colecciones privadas.

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