Año Picasso: el maestro y el ‘Guernica’. I Parte.
En pleno siglo XXI ‘Geurnica’ es una imagen capaz de generar una densa encrucijada de significados, donde se entremezclan su poder de mito, icono popular y símbolo cultural ilustrado.
MenuNadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.
Entre la figuración, la abstracción y el arte terapéutico. En esas coordenadas estéticas se mueve la brasileña Lygia Clark, una de la principales figuras del Neoconcretismo del siglo XX.
Lygia Clark nació el 23 de octubre de 1920, en Belo Horizonte, Minas Gerais (Brasil). Recibió una educación tradicional, en colegios religiosos que debía chocar bastante con su carácter anárquico, destartalado rebelde. Era mala estudiante y su paso por el colegio debió ser un tanto caótico, no su interés por el arte. Así que, hacia 1940 se trasladó a Río de Janeiro donde recibió formación informal de Roberto Burle Marx y Zélia Ferreira Salgado. Años después, en París continuó estudiando con Fernand Léger y Árpád Szènes.
Del mismo modo que caminaba por las fronteras del arte y de lo canónico, Clark rechaza la definición de artista como un ser distante, al margen del espectador —de hecho, se autodenominaba “no artista”—. El público es parte de su obra y como tal pretende integrarlo en ella.
Lygia Pimentel Lins se casó a los 18 años con el ingeniero Aluízo Clark Ribeiro y adoptó su apellido. Dedicó la primera década de su carrera artística a la abstracción geométrica. Antes de regresar a Río de Janeiro, en junio de 1952, celebró su primera muestra individual en el Institut Endoplastique de París. A partir de 1960 analiza la estética conceptual en busca de una obra más social y participativa, reflejo de los postulados del arte neoconcreto. Ya antes se había interesado por los planos tridimensionales y la facultad de crear experiencias sinestésicas.
¿Qué es el Neoconcretismo?
Por decirlo rápido y sin palabras rimbombantes, el Neoconcretismo sólo concibe la obra de arte en interacción con el espectador, creando de este modo otra obra distinta.
El Manifiesto Neoconcreto (1959) nace como una respuesta al racionalismo en el arte previo a la Segunda Guerra Mundial. Una de las fuentes teóricas más importantes de esta corriente fue la fenomenología de la percepción desarrollada por filósofo francés Merleau-Ponty, quien aseguraba que la percepción humana es un conjunto orgánico en el que participan todos los sentidos.
Los neoconcretistas buscan la recuperación de la subjetividad, la emoción y el aura de la obra. Particularmente, Clark rompe con la noción del objeto artístico aislado, convirtiendo al espectador en parte de la pieza, en objeto visual, táctil y participativo. Tales son las ideas que preceden a sus famosos Bichos. Estas esculturas son una especie de origamis de metal construidas con láminas de aluminio y acero inoxidable pulido, articuladas por bisagras. Se presentan en varios planos con el fin de que el público pueda tocarlos, manipularlos, modificar sus formas.
Consigue así que la pieza artística se transforme en elemento transmisor de emociones y energías. “Yo le daba el nombre de «bichos», pues su carácter era fundamentalmente orgánico, escribía. Además, la bisagra de ensamblaje entre los planos, me recordaba una espina dorsal”.
El Museo Reina Sofía de Madrid alberga en su colección algunos de esos Bichos —Bicho desfolhado (Bicho deshojado), Bicho. Maquina (Bicho. Máquina – Md), Bicho. Monumento a todas as situaçóes (Bicho. Monumento a todas las situaciones)— premiados en la VI Bienal de São Paulo de 1961.
El Bicho desfolhado, realizado en chapa de aluminio, es uno de los ejemplos mayores de la serie. La artista lo presenta como un organismo “vivo” y activo. Los Espacios modulados son collages de papel sobre cartón. Son el fruto de su investigación sobre las formas. A través de ellos Clark trasciende la visión óptica para introducirse en la experiencia sensible. Son un claro ejemplo de su lenguaje: depurado, higiénico, escueto.
Nostalgia del cuerpo: diálogo.
Más adelante, rondando ya la década de los 70, la participación de los espectadores se vuelve intrínseca a la representación. No se trata de crear objetos, sino ambientes específicos para estimular la percepción. Para ello se vale de gafas, escafandras, guantes y otros artículos cotidianos. Llega incluso a utilizar plásticos, sacos, telas o hilos para que el participante crease su propia forma. Con ello pretendía recuperar el sentido del tacto, mostrar cómo se puede mirar a través del mismo.
La idea de estos “experimentos colectivos” consiste en “abolir el objeto” y “convertir a la persona, célula de una arquitectura biológica constituida por su propio cuerpo, en objeto de su propia sensación”, explicaba.
Durante los últimos años de su vida, entre 1976 y 1980, se dedicó exclusivamente a la terapia individual mediante objetos relacionados. Con ellos pretendía reconquistar la memoria del cuerpo y las sensaciones, deseos, fantasías o dramas olvidados a través de la experiencia sensorial.
Actualmente, el Museo Guggenheim Bilbao exhibe una retrospectiva dedicada a los primeros años de la obra de Lygia Clark —durante la cuarentena, se puede ver también en digital en la web del museo—. La muestra coincide con el centenario del nacimiento de la artista que “pretendió redefinir el medio ampliando los límites de la pintura tradicional”. Se estructura en tres secciones que presentan las ideas más significativas de Clark, reflejando su desarrollo artístico.
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