Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.
Hannah Arendt (Hannover, 14 de octubre de 1906) murió de un infarto en su apartamento de Nueva York hac45 años. Era 4 de diciembre de 1975. Unas horas antes, había cenado allí mismo con sus amigos Salo y Jeannet Baron. Después, perdió el conocimiento. Al rato, se extinguió su vida. Sobre su escritorio descansaron para siempre las páginas del ensayo (inconcluso) La vida del espíritu y sus reflexiones sobre la responsabilidad de pensar, hacerlo de manera crítica y la necesidad de empujar a todos los seres humanos a pensar por sí mismos.
Detestaba la exposición mediática; concebía la soledad como parte de la condición humana (un estado que todos experimentamos alguna vez y cada cual de diferentes maneras); valoraba en grande la independencia intelectual, la libertad y la responsabilidad individual, rechazando de plano el concepto de “culpa colectiva”. Leyó con pasión a filósofos, pero también a autores como Kafka, Doctoievski, Goethe, Lessing o Proust. Y con la misma pasión escribió ensayos y poesía[i]. Sí, es su faceta menos conocida, sin embargo la cultivó desde muy joven ligada a sus experiencias vitales y sus reflexiones. Tenía 17 años cuando escribió sus primeros versos, cuya profundidad creció de manera paralela a la madurez de su pensamiento filosófico.
En la universidad de Marburgo, fue alumna de Martin Heidegger, con quien mantuvo una relación sentimental secreta y decisiva para su pensamiento. En Heidelberg se doctoró en Filosofía, tutelada por Karl Jaspers. Su tesis El concepto del amor en san Agustín se publicó en Berlín en 1929 y fue también el título y el pilar de su primer libro, en el que enlazó los fundamentos filosóficos de Heidegger y Jaspers.
Tuvo que huir de Alemania en el 33, escapando del régimen nazi por los pelos, junto a su primer marido Günther Stern. Exiliada en París, colaboró con diversas organizaciones sionistas que ayudaban a jóvenes judíos a trasladarse a Palestina. En 1940, vía Lisboa, emigró a Estados Unidos con su segundo marido, Heinrich Blücher, donde vivió hasta el fin de sus días. No es que Nueva York le gustara especialmente, pero allí, en un bar de Manhattan conoció en 1944 a la que se convertiría en su mejor amiga: Mary McCarthy. Por entonces, ya se había hecho un hueco entre los intelectuales neoyorquinos
Hannah Arendt, una de las personas que con mayor profundidad ha analizado los orígenes (y las consecuencias) de los totalitarismos, jamás dejó de interrogarse sobre la condición humana. Y sobre la suya propia. Ella, considerada como filósofa de prestigio por sus contemporáneos, prefería definirse como una estudiosa de la teoría política. Sin embargo y aunque protestaría de manera contundente, podemos incluirla entre los pensadores clásicos: criticó a Platón, recuperó a Aristóteles y a San Agustín, examinó a fondo a Kant, a Locke y a Adam Smith y le marcaron profundamente el exilio y la II Guerra Mundial.
Sea cual sea la etiqueta que se le adjudique hoy en día, sus reflexiones y su obra han sido/son pilares fundamentales del pensamiento del siglo pasado, además de iluminar con su extraordinaria claridad el oscuro lodazal donde retoza el elenco político actual (especialmente el patrio, tan vergonzante). O debería iluminarnos.
El Museo Histórico de Berlín inauguraba en mayo de 2020 una exposición dedicada a la filósofa, que podrá verse de nuevo en el Bundeskunsthalle de Bonn a partir del próximo 16 de febrero. Comisariada por Monika Boll, Hannah Arendt y el siglo XX repasa el pensamiento de Arendt y analiza dos de sus contribuciones fundamentales para revisar (y comprender) el siglo XX: su visión sobre los totalitarismos y el concepto de la banalidad del mal[ii], ese término (“banalidad”) con el que definió el perfil político-criminal capaz de adormecer nuestra facultad de reflexionar y expresar opiniones personales. Algo que sucede cuando normalizamos las prácticas antidemocráticas de los gobiernos de turno; cuando consentimos, día a día, que se nos amputen derechos fundamentales; cuando asumimos la corrupción de las instituciones como parte de lo cotidiano. Sí, nos cabreamos mucho, pero no hacemos nada para impedirlo.
Es el resultado del actualdiscurso populista que, poco a poco, ha ido neutralizando los principios básicos de la libertad y la democracia. Un discurso dirigido a narcotizar a la sociedad, caracterizado por la violencia y la pobreza ¿argumental?, la proliferación de tópicos, la vulgaridad, la demagogia,la toxicidad y la exaltación de la mediocridad (esto es horrible). Todo ello mediante un lenguaje emocional que subestima, incluso amenaza, al rival político; que demoniza cualquier ideología antagónica; que anula cualquier crítica y que, cuando cala entre la población, mella sin remedio el discernimiento general y pone a tiro el enfrentamiento y la polarización de la ciudadanía.
No sé si Hannah Arendt consideraría la arenga panfletaria del siglo XXI como el nuevo dialecto de la retórica absolutista de su tiempo. Pero tal y como retrata el uso de la propaganda y del lenguaje como herramienta para adoctrinar y erosionar toda verdad y moralidad[iii], en Los orígenes del totalitarismo[iv] tengo la impresión de que lo interpretaría como el (in)digno heredero de aquellos regímenes autoritarios tan perniciosos para la libertad y la dignidad del ser humano, que creíamos erradicados en la sociedad occidental moderna.
Los líderes de los nuevos totalitarismos, al igual que sus predecesores, alaban los comportamientos gregarios, la obediencia ciega; instigan los movimientos de masas adocenadas, fanáticas e impermeables al argumento; predican la uniformidad y el control de todos los aspectos de la vida del individuo —sociales, económicos, intelectuales—, esquilmando sus derechos, reduciendo al ser humano “al nivel de un ser vivo condicionado por todas partes y que se comporta de forma correspondiente”.
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[i] La editorial Herder publicó en 2017 una recopilación de todos sus poemas, traducidos al español por Alberto Ciria. Título original: Ich selbst, auch ich tanze. Die Gedichte.
[ii]Eichmann en Jerusalén.Sobre la banalidad del mal lo escribió tras el juicio en Jerusalén contra Adolf Eichmann al que asistió como corresponsal de The New Yorker. Se publicó en 1963.
[iii]Ni el totalitarismo nazi ni el estalinista buscan un gobierno despótico sobre los hombres, sino un sistema en el que los hombres sean superfluos.
[iv] En Los orígenes del totalitarismo, Arendt analiza el ascenso y expansión del nazismo y el régimen comunista soviético, equiparando ambos.
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Imágenes:
1.- Hannah Arendt en 1924. Desconocido – Young-Bruehl, Elisabeth Yale University Press. Hannah Arendt: For Love of the World. ISBN: 978-0-300-10588-9.
2.- Hannah Arendt en 1975.
3.- Portada. ‘La pluralidad del mundo’. Editorial Taurus.
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