Año Picasso: el maestro y el ‘Guernica’. I Parte.
En pleno siglo XXI ‘Geurnica’ es una imagen capaz de generar una densa encrucijada de significados, donde se entremezclan su poder de mito, icono popular y símbolo cultural ilustrado.
MenuNadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.
La británica Jane Clifford fue la primera mujer admitida en la Sociedad Francesa de Fotografía y la encargada de fotografiar el Tesoro del Delfín del Museo del Prado en 1863.
La España del XIX, tan denostada por muchos, tan rancia por culpa de las excentricidades absolutistas de Fernando VII, fue en realidad un tiempo de apertura y renovación. Es cierto que el Rey Felón sofocaba con todos los medios a su alcance —que eran muchos— cualquier atisbo de modernidad e innovación social, cultural o política. Obviamente, semejantes reajustes iban en contra de sus intereses como monarca antiliberal y su escasa capacidad intelectual para digerir los cambios.
Sin embargo, ese siglo XIX tan aparentemente reaccionario, estuvo salpicado de diversos síntomas de modernidad. Todo ello a pesar de la oposición de la monarquía y los constantes enfrentamientos entre absolutistas y liberales. De hecho, España es uno de los cuatro países occidentales que por entonces se regían por una norma constitucional. Signo indiscutible del progreso legislativo en cuanto a derechos políticos y civiles, fruto de las revoluciones burguesas y el empuje liberal. La cosa mejora bastante con Isabel II y la Constitución de 1845 y sucesivas.
Por otro lado, la mujer burguesa, a causa de la Revolución Industrial, fue despojada de casi todas sus atribuciones domésticas, quedando atrapadas en una terrible jaula de oro. Su incorporación al mundo laboral era escasa, limitando sus actividades a la caridad y la beneficencia. A partir de los años 60, se aprecia una cierto progreso gracias a figuras como Arenal, Emilia Pardo Bazán o Rosalía de Castro.
En este complejo contexto histórico, social y cultural surge en Madrid el nombre de Jane Clifford. Son pocos los detalles que se conocen de la iba a ser la fotógrafa del Museo del Prado, salvo que llegó a la capital junto a su esposo Charles Clifford en 1850. Él, que era un afamado fotógrafo británico, consolidó en España un próspero estudio desde donde acometía los encargos y era asistido por Jane como ayudante. Claro que ella, pese a vivir a la sombra del esposo, aprendió bien el oficio y el arte de la fotografía. Lo acredita su pertenencia a la Sociedad Francesa de Fotografía desde 1856.
A lo que vamos. Con el negocio bien apuntalado entre la aristocracia y las clases altas de la sociedad madrileña, el año 1863 comienza para Jane Clifford con la muerte de Charles. Un jarro que agua fría que, sin embargo, le permitió salir del cuarto oscuro y el revelado para brillar por sí misma. Tras la muerte de su marido, vende algunas de sus pertenencias y traslada el estudio a la calle Mayor. Mantiene el apellido por tradición, por prestigio o por ambos motivos. ¿Quién sabe? Pero el caso es que la señora Clifford se monta su negocio personal, se dedica profesionalmente al retrato y concluye los encargos inacabados. La venta de los negativos de su esposo le vino estupendamente como fuente de ingresos y carta de presentación impecable.
Como no todo iba a ser un fiasco, recibió en noviembre de ese mismo año el encargo de fotografiar el Tesoro del Delfín, que custodiaba y aún custodia el Museo del Prado. El proyecto parte de Inglaterra. Sir John Charles Robinson, conservador del Museo de South Kensington de Londres —actual Victoria & Albert— quiere conseguir imágenes de obras de arte relevantes para el museo. Entonces decide encargar las del Tesoro del Prado a su compatriota Clifford.
El asunto no era tan fácil como entrar en el museo como un elefante en una cacharrería y fotografiar a diestro y siniestro. Fueron necesarios permisos y autorizaciones. Cuando Federico de Madrazo —el entonces director del Prado— recibe la orden de permitir retratar parte del tesoro, Charles llevaba meses enterrado. Así que el trabajo recayó en Jane Clifford.
Para llevar a cabo el encargo, la fotógrafa tuvo que hacer frente a distintos retos, derivados del estado de desarrollo de la fotografía en la época. En primer lugar, la técnica de colodión húmedo, que requiere el revelado inmediato antes secarse el negativo. También las condiciones lumínicas implicaron dificultades. Jane Clifford tuvo que trasladar al exterior algunas de las piezas de la colección. Tampoco en esta ocasión firmó las imágenes, sino que empleó el sello comercial del esposo.
Mientras inmortalizaba el Tesoro del Delfín, la viuda Clifford participó en varios proyectos editoriales dirigidos a la difusión de los monumentos y obras de arte españolas. Y hasta aquí llega la documentación biográfica de la fotógrafa. No existen más datos. A partir de 1885 —cuando deja de formar parte de la Sociedad Francesa de Fotografía— se pierden todas las pistas. Ni siquiera una imagen suya nos facilita su reconocimiento.
Actualmente, el Museo de la Universidad de Navarra acoge una exposición dedicada al Tesoro del Delfín fotografiado por Jane Clifford. Reúne 58 fotografías históricas del siglo XIX adquiridas por la institución navarra en 2011. Su comisario, Mario Fernández, ha subrayado que estas fotografías “pertenecen al proyecto más extenso de documentación de obras de arte que hace una mujer en España en el siglo XIX”.
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