Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.
La biografía de Marietta Robusti es un enigma. Algo muy común en la historia del arte, habitualmente despoblada de mujeres. No porque no existan/existieran, sino porque el silencio ha sido y es una de las formas más eficaces de exclusión.
La biografía de Marietta Robusti es un enigma. Algo muy común en la historia del arte, habitualmente despoblada de mujeres. No porque no existan/existieran, sino porque el silencio ha sido y es una de las formas más eficaces de exclusión. Las escasas referencias respecto a la vida y la obra de la pintora veneciana las aporta Carlo Ridolfi (Vitta di Tintoretto, 1642), el biógrafo de su padre, Jacopo Robusti, el Tintoretto. Es la única fuente bibliográfica que transmite algún detalle sobre ella.
Ni siquiera se ha determinado con exactitud el año de su nacimiento: las exiguas fuentes lo sitúan entre 1555 y 1560. En Venecia, eso sí. Fruto de una relación esporádica con una aristócrata alemana, dicen unos, prostituta, otros. Allí vivió Marietta sus treinta y pocos años, siempre pegada a su padre, a su taller, a sus pinceles. Desde niña, la hija favorita de Tintoretto acompañaba al artista a reuniones y talleres, casi siempre vestida de hombre para evitar rechazos. Aprendió de él el arte del retrato con tal precisión y maestría que la mayor parte de su obra ha quedado englobada en la del obrador de su padre. Tan semejantes eran sus pinceladas que es muy posible que varios de los cuadros atribuidos a Tintoretto fueran pintados por ella.
Marietta Robusti, al igual que todas las mujeres artistas del Renacimiento, buscó su espacio desde la invisibilidad, el anonimato y la falta de recursos económicos propios. Pese al régimen patriarcal imperante, el ideal de feminidad renacentista daba mucha importancia a la cultura y las habilidades artísticas y musicales. Tal vez por ello, la Tintoretta recibió una excelente educación, especialmente en música —canto, laúd y clavecín— bajo la instrucción del napolitano Giulio Zacchino. De hecho, Ridolfi la sitúa entre las mujeres más ilustres del momento. Ni por esas. Marietta nunca recibió encargos públicos que le permitieran demostrar su valía como artista. Sin embargo, su talento sí llamó la atención de los reyes. Tanto Maximiliano II de Austria como Felipe II de España reclamaron sus servicios como pintora de cámara. Tintoretto no le concedió el permiso impepinable. A cambio le buscó marido, un orfebre y joyero local, Mario Augusti, para mantenerla cerca de sí. Cuatro años después, murió durante el sobreparto.
Todo esto en teoría. Porque los románticos del XIX, fascinados por el intenso amor entre ambos tintorettos y la desolación del padre tras la muerte prematura de la joven Robusti, convirtieron a Marietta en un mito. Su biografía, de por sí difusa, se emborronó más aún.
Aparte de especular con la predilección de la artista por la vida tranquila, anclada a su padre y su negativa personal —ninguna imposición paterna le impediría exportar su talento— a salir de Venecia para pintar en la corte de los reyes, las circunstancias de su muerte se diluyeron en los ideales decimonónicos. Bella, joven y mártir, murió de tristeza (o de cáncer), atormentada por la pérdida de su bebé que sí vivió lo suficiente para lacrar su existencia. La depresión de Tintoretto, el decaimiento de “la furia por el trabajo” —palabras de Ridolfi— a raíz de la desaparición de su hija, amada y venerada hasta el extremo, colmaron los arquetipos de la mujer musa, convertida en una heroína tuberculosa por Leon Coignet (Tintoretto retratando a su hija muerta). Incluso George Sand —una monstrua de la narrativa de su tiempo, que publicaba con seudónimo masculino— hizo de Marietta un icono melancólico y sufriente. También hay que situarse en el contexto vital de la escritora.
En cuanto a la obra de Marietta Robusti, poco se conserva. La mayoría de sus lienzos fueron atribuidos a su padre póstumamente. La colección Rasini de Milán custodia dos dibujos de su mano. También se le atribuye un retrato de mujer, colgado en la Galleria de los Uffizi; otro en la colección Contini, también en Florencia, y la Dama veneciana perteneciente a la colección del Museo del Prado. En el Kunsthistorisches Museum de Viena hay un probable autorretrato nacido de sus pinceles y el célebre retrato de anciano con muchacho, cuyos rasgos estilísticos y la rúbrica con el monograma “M” se relacionan con la producción artística de la Robusti. No obstante, la autoría se ha puesto en entredicho posteriormente.
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