Rosa, rosa, rosam, rosae, rosae, rosa.
Vestir a las niñas de rosa, aunque ellas mismas lo pidan a gritos, es machista, retrógrado y las condena a inmolarse en el altar de la desigualdad. Que lo sepan.
MenuNadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.
Mientras escribe agitada por el levante gaditano, lee en Internet —las cosas estas de la era digital— una historia de mujeres, de una mujer. Habla de amor y rebeldía. La historia. También de ira y de obstáculos.
Un lista chill de Spotify amortigua los chillidos de los niños en la piscina. Sobre todo el graznido de un preadolescente zangolotino que le revienta el cerebro. Insoportable. Las tardes de verano comienzan a ser silenciosas cuando se esconde el sol. Queda poco. Se abre un botellín de cerveza. Se enciende un pitillo. No huele a mar ni a arena pegada en una tabla de windsurf y, sin embargo, la música le arrastra hasta su chiringo favorito de Tarifa.
Mientras escribe agitada por el levante gaditano, lee en Internet —las cosas estas de la era digital— una historia de mujeres, de una mujer. Habla de amor y rebeldía. La historia. También de ira y de obstáculos. El puto niño gordo brama de nuevo. No siente ira. Ya no recuerda lo que sentía cuando estaba a punto de explotar. Ni de ira ni de amor. Antes los niños no estaban gordos. Ni gritaban de ese modo. ¿O sí? Tampoco se acuerda.
Fouada Kalil Salim es la protagonista. De la historia. La que escribe Nawal El Saadawi. Cae el sol. Al niño infumable le han debido meter un bocadillo en la boca. También ha caído el segundo botellín. La música impregna el aire de chillout y sabor a sur. Bien. La historia habla de la realidad de la mujer en el mundo árabe. No en el peor de los mundos árabes. A Egipto aún le queda algo (poco) de discernimiento. El precio de un grito contra la injusticia, el exilio, la disidencia, el don de la creatividad… “Tengo que leer ese libro”.
Piensa en Lawrence Durrell, en Alejandría, en el amor, en la ira, en la rebeldía, en Justine, en los fragmentos subrayados de aquella novela. En la facultad de crear. En la valentía. En el cansancio. En las renuncias. En todo lo que ahoga el tiempo. En todo lo que sentía cuando reventaba de ira o de amor.
Y no se acuerda.
La tarde se ha vuelto naranja.
Se pasa al Jazz.
El libro se titula La mujer que buscaba.
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