Maria Sibylla Merian, precursora de la entomología moderna.
Podía haberse dedicado exclusivamente a la pintura y la enseñanza del arte, sin embargo Maria Sibylla Merian era demasiado curiosa, demasiado intrépida, demasiado desobediente.
MenuNadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.
Hipatia, cabeza de la Escuela filosófica neoplatónica de Alejandría a comienzos del siglo V, brilló también en las ciencias, la física, las matemáticas y la astronomía.
A Hipatia de Alejandría se la cargó una turba asilvestrada y cruel a las órdenes de un obispillo (Teófilo, Cirilo, Pedro. Le ponen muchos nombres. Un fanático, en cualquier caso) de chicha y nabo, súbdito de Teodosio I. Fue en marzo del 415. Los asesinos, una muchedumbre sectaria de “creyentes en dios”, justificaron su crimen con razones tan infames como su ignorancia. Bruja, hechicera y pagana fueron las acusaciones vertidas contra una de las mujeres más sabias, cultas y brillantes de la espléndida metrópoli fundada por Alejandro Magno casi siete siglos antes.
Hipatia, cabeza de la Escuela filosófica neoplatónica de Alejandría a comienzos del siglo V, brilló también en las ciencias, la física, las matemáticas y la astronomía. De casta le venía al galgo. La hija de Teón, notable matemático y astrónomo del museo de la ciudad, hoy hubiera sido una tremenda —iba a decir influencer, pero no. Ya se han encargado los mediocres de las redes sociales de hundir el vocablo inglés en las cloacas de la vulgaridad y el borreguismo— líder, seguramente mediática, de la libertad de pensamiento, la lógica y la civilización.
Hipatia formaba parte de una élite intelectual, de una cultura que deseaba compartir con todos los estratos sociales. Atraía al público con sus palabras, sus enseñanzas, su empatía. Llegó a tal grado de cultura que superó a todos los filósofos contemporáneos, heredó la escuela platónica que había sido renovada en tiempos de Plotino, y explicaba todas las ciencias filosóficas a quienes lo deseaban, escribió Sócrates Escolástico dos décadas después del crimen. Era una tipa íntegra, noble, inquieta. Su inteligencia le llevó a vincular todas las disciplinas que cultivaba, a ampliar los horizontes de la ciencia y la filosofía, convirtiéndolas en todo indisoluble. Tal era su visión. Tal fue su condena.
Aquellos fanáticos de la ideología plana, el adocenamiento populista y la intolerancia, alentados por el poder de la masa (y los dictados de su caudillo), no dudaban a la hora de destruir cualquier atisbo de inteligencia. Ya antes, allá por el 391, saquearon e incendiaron el Serapeo —templo de Serapis—, incluida la famosa biblioteca.
El caso es que veinticinco años después, alguien (poderoso y taimado) desencadenó la furia contra Hipatia. ¿Los motivos? Los de siempre. La amenaza de la erudición. La incomodidad que generan al poder las personas entregadas a la investigación, a la cultura, a la reflexión y la espiritualidad. El temor de los radicales (en este caso religiosos) a no poder doblegar a todos los capaces de pensar por sí mismos, de argumentar, de reventar con la razón sus proclamas y doctrinas. Todo aquel apto para revolver los cimientos del despotismo debe ser aniquilado.
Eso hicieron con Hipatia. “Como tenía frecuentes entrevistas con Orestes (el prefecto imperial de Alejandría) se informó de forma calumniosa entre el populacho cristiano que fue por su influencia que él fue prevenido de reconciliarse con Cirilo (el Patriarca de Alejandría y rival de Orestes). Algunos de ellos, cuyo cabecilla era un lector llamado Pedro, se apresuraron movidos por un entusiasmo feroz y fanático y emprendieron una conspiración contra ella”. (Sócrates Escolástico). Un escrache contemporáneo en toda regla, pero a la manera del siglo V. Rodearon su casa, la hostigaron, la arrastraron a golpes por las calles, la desnudaron, la descuartizaron. No contentos con ello, quemaron sus restos. Un intento vano de borrar su existencia, de silenciar su pensamiento mucho antes del auge del oscurantismo medieval.
Aunque casi todo su legado científico se ha perdido, la historia ha recopilado numerosas referencias de sus aportaciones, sobre todo en lo relativo al álgebra, la geometría (ocho libros dedicados a las cónicas de Apolonio acerca de las órbitas irregulares de los planetas; un tratado de sobre la geometría de Euclides, aún vigente), la astronomía, la cartografía de ciertos cuerpos celestes… Además contribuyó al diseño del astrolabio plano y de un artilugio para destilar agua. También hay quien la considera la inventora del aerómetro, aparato para medir las propiedades físicas de los gases.
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