Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.
Hace unos días (dos creo), muté mi dócil yo me quedo en casa por un en arresto domiciliario. No es una declaración de rebeldía, sólo un intento de contar en tres palabras, de romper el silencio de la desconfianza ante unos gobernantes a los que escucho de reojo. ☞
Cuenta el ranking World Happiness Report 2018 que Finlandia es el país más feliz del mundo, el más estable, el más seguro, transparente y equitativo. ☞
Porque ella ya está allí. Como cada día, la mendiga ha desplegado todo su material de guerra callejero: la silla, el vaso de plástico, las mantas de colorines sobre las piernas. La escena ya es rutina. ☞
¿Cómo pueden pretender que alguien les vote diciendo únicamente lo mal que hacen todo los del lado contrario? ¿Qué confianza puede inspirar una persona que sólo sabe hablar mal de los otros? Desde luego a mí así no me convencen. Cuando tenga dieciocho o me cuentan qué pretenden hacer, cómo lo van a hacer, de qué medios disponen para conseguirlo y si no los tienen dónde piensan buscarlos, o los va a votar su padre. Eso. Además de convencerme con argumentos racionales de que todo lo que prometen es bueno para el progreso y el bienestar del país. Y el mío, naturalmente.
En esos términos o parecidos se expresaba ayer un chaval tras escuchar perplejo el discurso de una miembra del pesoe que lo mismo podría haber pertenecido al pepé, al peneuve o a izquierda unida, por mentar a algunos. Porque el chaval, que tiene dieciséis años y bastante más criterio que muchos de los considerados aptos para elegir a sus gobernantes (claro que como en algún punto hay que dar el tajo y carecemos de indicadores de estupidez, no nos queda otra que recurrir a la edad) no se detuvo a descodificar el color de la demagoga de turno sino a flipar con la soflama inconsistente de la tipa. Razón no le falta. ☞