A propósito de las invitadas del Museo del Prado.
La incómodas Invitadas del Museo del Prado ya han levantado ampollas en la fina piel de los observatorios de género.
MenuNadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.
La incómodas Invitadas del Museo del Prado ya han levantado ampollas en la fina piel de los observatorios de género. ☞
Hago como que voy a salir. Ante el espejo del recibidor me despojo de un par de abalorios —Gabrielle tenía razón—, y me despeino un poco. Sí, así mejor. Es 20 de abril. ☞
Son extraños los tiempos estos de surrealismo áspero, de viajes interiores hacia espacios fronterizos donde se desatan los motines del cautiverio en la más absoluta privacidad, la de uno mismo. Y sólo queda una tarea: lidiar con los propios demonios hasta que el nuevo día te deje escuchar otra vez su música. ☞
Ahora que nada sucede, abrir la ventana implica asomarse a un abismo abarrotado de ausencias y silencio, a un vacío de cemento que se balancea sin ganas. Al tiempo, se ha convertido en el antídoto contra el encierro; el único recurso para escapar del cautiverio impuesto. ☞
Hace unos días (dos creo), muté mi dócil yo me quedo en casa por un en arresto domiciliario. No es una declaración de rebeldía, sólo un intento de contar en tres palabras, de romper el silencio de la desconfianza ante unos gobernantes a los que escucho de reojo. ☞
Y me quedo en casa y me cuesta concentrarme. Salto de una página a otra. Da igual virtual o en papel. Los primates del cerebro siguen a lo suyo. Con su habitual indisciplina, se columpian agarrados a mis neuronas. ☞
Es domingo y aún nada parece raro. Estamos los tres en casa como cualquier mañana festiva, haciendo lo que solemos en cualquier mañana festiva. Únicamente las calles vacías, el silencio que desborda las aceras me recuerdan que vivimos una situación anormal. ☞
Benito Pérez Galdós, dotado de una capacidad de observación extraordinaria, toma buena nota de la evolución capitalina, transformándola en palabras. Páginas imprescindibles para entender el contexto social e histórico de la época. ☞
Pese a las diferencias y las ínfulas de modernidad europeo-contemporáneas del Madrid del siglo XXI, es fácil hallar en él infinidad de vestigios galdosianos. Calles que todavía existen, improntas castizas que han desafiado (y superado) al paso del tiempo. ☞
Después de la contienda y el exilio en París, Pío Baroja regresa a Madrid. Es 1940. Tiene entonces 68 años y cerca de cien libros publicados. Se instala en el cuarto piso de la calle Ruiz de Alarcón 12. ☞
Es 1904. En la mayor parte de las casas madrileñas no hay electricidad ni calefacción central. Tampoco en el número 34 de la calle Juan Álvarez Mendizábal. La casa de Pío Baroja. ☞
En Madrid no es primavera hasta que junio te empuja a enfilar el parque temprano, antes de que los excursionistas urbanos adopten su condición de horda, tomando por asalto el espacio reservado a la poesía. ☞
Hay días así. Azules, blanditos. Días esponjosos que huelen a oxígeno, a cruasán de mantequilla, a libro de papel, a ratos de infancia. ☞
Es abril y llueve. Camuflada tras un visillo miro la lluvia caer y pienso. Y entonces recuerdo otra mañana igual de lluviosa y agreste, cuando no estaba en casa, sino en la calle. ☞
Porque ella ya está allí. Como cada día, la mendiga ha desplegado todo su material de guerra callejero: la silla, el vaso de plástico, las mantas de colorines sobre las piernas. La escena ya es rutina. ☞
Carmen Martín Gaite es una de las dos mujeres que me mostraron cómo se educa el oído, cómo se conjuga el verbo narrar. La otra, Ana María Matute. ☞
Menos mal que no tengo hijas y no me veo en la tesitura de explicarles por qué soy feminista y, a la vez, no lo soy. Sí lo soy. Pero no soy tribu. ☞
Odio la textura de la nieve, el color de la maldita lluvia, el ruido del granizo, el sabor ácido de las nubes oscuras. Odio resbalar sobre la escarcha blanquecina de los amaneceres de invierno, rascar los cristales del coche, el olor a calle en el ascensor. ☞
A mi izquierda la ciudad se diluye entre la calima. El cielo va perdiendo su peculiar azul transparente. Es junio en Madrid. ☞