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Otoño.

En otoño las calles no duelen. Ni la lluvia. Al contrario. El otoño calma y colma la sed de sosiego. Las esquinas se redondean, se vuelven sinuosas. Nada pincha.

La lluvia ocre del mediodía, el olor a nostalgia, el tapiz de hojas rojizas aplastadas contra el asfalto. La gran ciudad atestada de otoño se derrama sobre esta tarde de domingo como sangre vertida. La ventana me devuelve gente encogida de hombros, intentando defenderse del azote del viento gris, de los rezongos del agua. Arrugarse no sirve de nada, pienso.

Gotas de Bach rebotan sobre las mesas del bar de enfrente, hoy vacías, añorantes de servilletas de papel arrugadas, cercos de vino tinto, manchas de un café solitario, espuma de confidencias, besos furtivos, discusiones veladas, niñatos intentado engañar a la china de la tienda de al lado que se niega a venderles cerveza.

Algunas tardes de otoño saben un poco a melancolía y mucho a echarte de menos. Sentada en tu silla, alrededor de tus fotos, de algunos de tus juguetes de niño, de muchos de tus recuerdos adolescentes clavados en un corcho. Tu mesa de estudio invadida por mis trastos de escribir. Los tuyos también. Tu desorden mezclado con el mío. Está chulo.

Te prometí no hacerlo, pero hoy he fumado en tu cuarto. Luego abro la ventana.

Parece que estoy triste, pero no. En absoluto. En otoño las calles no duelen. Ni la lluvia. Al contrario. El otoño calma y colma la sed de sosiego. Las esquinas se redondean, se vuelven sinuosas. Nada pincha. El otoño compensa la ausencia de gris durante esos veranos demasiado cortos, demasiado intensos, demasiado deslumbrantes. ¡Fíjate qué raro! Sin ti este verano me resultó larguísimo. Sin ti este otoño se me está haciendo corto.

Me gusta lo que me devuelve tu ventana —ahora la abro—. Es como avanzar hacia el pasado. Seguir tus huellas en la distancia. Vislumbrar el futuro. Cercano a tu lado. Lejano el que ahora te estás forjando.

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