Diálogos de Libro

Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.

Menu

La librería de las letras olvidadas. II.

— ¿Sigue ahí? — ¿El tipo la gabardina? —contestó mientras encendía un cigarrillo con la única esperanza de aplazar el momento de explicarle a la chica el trajín furtivo que se cocía en la trastienda— Imperturbable. Como si le hubiera leído el pensamiento Úrsula se acercó a él, se quitó las gruesas gafas de pasta negra que hasta entonces había llevado como parte de su fisionomía, dejó la taza de café negro sobre la mesa y con un gesto desenvuelto impropio de ella tomó la cajetilla que Pelayo aún sostenía entre las manos. — Puedo, ¿verdad? —su voz pausada era casi un susurro. Desconcertado, asintió con la cabeza y sólo atinó a alcanzarle el mechero.

La librería de las letras olvidadas

La librería de las letras olvidadas

[…] le esperaba una Úrsula mucho menos temblorosa de lo que había supuesto.

—     ¿Sigue ahí?

—     ¿El tipo la gabardina? —contestó mientras encendía un cigarrillo con la única esperanza de aplazar el momento de explicarle a la chica el trajín furtivo que se cocía en la trastienda— Imperturbable.

Como si le hubiera leído el pensamiento Úrsula se acercó a él, se quitó las gruesas gafas de pasta negra que hasta entonces había llevado como parte de su fisionomía, dejó la taza de café negro sobre la mesa y con un gesto desenvuelto impropio de ella tomó la cajetilla que Pelayo aún sostenía entre las manos.

—     Puedo, ¿verdad? —su voz pausada era casi un susurro.

Desconcertado, asintió con la cabeza y sólo atinó a alcanzarle el mechero.

—     Tenemos que hablar, Pelayo —de pronto había suprimido el “don”—. He de confesarle algo importante, aunque no sé bien cómo empezar… Verá, no he sido del todo sincera con usted. Conozco a ese hombre, al de la esquina. Bueno, de vista. Y creo saber también por qué me ha abordado esta mañana. Lo cierto es que no aterricé en su librería por casualidad.

Pelayo, aturdido por el humo del tabaco, el ruido del bar, el vaho condensado en los cristales, la imagen siniestra del policía merodeando alrededor de la librería y el descubrimiento inesperado de esa nueva Úrsula tan segura de sí misma, tenía la sensación de caminar sobre arenas movedizas. Se le amontonaban las preguntas y todo el discurso que traía ensayado se derrumbaba ante los inmensos ojos color avellana que le taladraban como nada antes.

—     No me mire así, hombre. No soy ninguna infiltrada. Y no se agobie tanto; hace tiempo que sé lo que ocurre ahí detrás. Esta pinta de mojigata no es más que un disfraz para pasar desapercibida. Para que tipos como el de la esquina ni siquiera se fijen en mí. Para que usted me dejara ayudarle en la librería. Porque quiero saber. Porque quiero aprender, pero no esa verdad sesgada que pretendían hacernos tragar en el colegio… Y yo sé que todo eso está en los libros que camufla bajo la trampilla y que yo devoro por las noches, escondida a la luz de una vela. Porque yo no quiero casarme con un pazguato y menos aún con un falangista; y no quiero convertirme en una esposa ejemplar sumisa, pasiva, piadosa y verme a los 40, gorda, con las rodillas abultadas, desecha de parir un niño tras otro. Porque no pienso vivir agachada, ni asustada, ni amordazada. Porque en este país de meapilas todo vale si no preguntas, pero a mí no me vale que todo valga… Y yo necesito conocer gente como usted.

Y mientras hablaba se fue deshaciendo de su trenza y de su chaqueta. Y él escuchaba; se esforzaba en escuchar porque cuando Úrsula se liberó de los tres primeros botones de la blusa, Pelayo sintió algo parecido a un crujido y dejó de entender porque estaba más pendiente del espacio que separaba su brazo del suyo que de sus palabras; porque detrás de esas gafas, aquella horrenda chaquetita marrón y esa ristra de botones abrochados hasta el cuello se escondía la mujer más guapa que había visto en su vida. No puede ser, esto no puede estar pasando, se repetía inútilmente mientras el bar giraba y era incapaz de seguir mirándole a los ojos.

Continuará […]

Newsletter

La forma más sencilla de estar al día de todo lo que se publica en Diálogos de Libro.

Puedes ejercer en cualquier momento tus derechos de acceso, rectificación, cancelación y oposición sobre tus datos.

Relatos

El bucle

Te levantas, es tarde. Has dormido mal. Te duele la cabeza. Despacio, vas a la cocina. Piensas en todo y en nada, en ella… El bucle.

Ana M. Serrano

Fantasma.

La buscaba porque vivía oculta, al margen del ruido del mundo, de las miserias del mundo, de sus propias miserias. La buscaba porque sólo la intuía en la penumbra, como un fantasma de sí misma.

Ana M. Serrano

Junio ardiente.

En Madrid no es primavera hasta que junio te empuja a enfilar el parque temprano, antes de que los excursionistas urbanos adopten su condición de horda, tomando por asalto el espacio reservado a la poesía.

Ana M. Serrano

Los días azules.

Hay días así. Azules, blanditos. Días esponjosos que huelen a oxígeno, a cruasán de mantequilla, a libro de papel, a ratos de infancia.

Ana M. Serrano

Primavera, Notre Dame y otros delirios.

Es abril y llueve. Camuflada tras un visillo miro la lluvia caer y pienso. Y entonces recuerdo otra mañana igual de lluviosa y agreste, cuando no estaba en casa, sino en la calle.

Ana M. Serrano