Diálogos de Libro

Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.

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Arcones secretos III

... dibuja en su piel cada palabra y cada beso, engulle sin medida, talla en su alma cada deseo y cada suspiro, graba en su memoria cada segundo porque sabe que se va a aferrar a esta noche durante miles de otras noches heladas. Porque Blanca, inconsciente —o no—, intuye que todo es una quimera, un coma de la razón, un segundo efímero, un delicioso delirio que nadie jamás nadie le podrá arrebatar.

“She walks in Beauty, like the night
of cloudless climes and starry skies,
and all that’s best of dark and bright
meet in her aspect and her eyes…”

Lord Byron

(…)

Blanca, inconsciente —o no tanto—, dibuja en su piel cada palabra y cada beso, engulle sin medida, talla en su alma cada deseo y cada suspiro, graba en su memoria cada segundo porque sabe que se va a aferrar a esta noche durante miles de otras noches heladas.

Porque Blanca, inconsciente —o no—, intuye que todo es una quimera, un coma de la razón, un segundo efímero, un delicioso delirio que nadie jamás nadie le podrá arrebatar. Y se agarra a sus labios porque sabe que el ascenso, tan dulce, tan vertiginoso y tan sencillo —a pesar de todo, a pesar de todos— ha sido fácil, muy fácil porque subía con él. Porque sabe que la bajada va a ser lenta y árida, el vacío inmenso.  Y se engancha a la locura porque  lo único que quiere oír es el sonido de su piel y su nombre —Jaime— lo único que quiere sentir.

Y le abraza escondiendo la cara entre su cuello y su pelo para aspirar su olor; un olor a madera, a sándalo y limón, esa mezcla de hombre y niño que sabe a verano. Sí, Jaime huele a verano, a fuego y a cuero.

— Me gustas.

Lo dice así, de repente, sonriendo, despacio y en voz baja, separándose lo imprescindible para mirarle a los ojos. Y Jaime, al oír esa frase infantil, enmudece la décima segundo que necesita para responder sin dudar.

— Y tu a mi. Me gustas muchísimo. Me gustas entera y, sobre todo, me gustas cuando me miras así.

— ¿Así cómo?

— Como lo haces ahora, quemando, como sólo tú sabes mirar.

Y Blanca sabe que esa frase, que hoy es su perdición, va a ser la tabla de salvación en sus naufragios. Por eso mastica cada letra y se las traga una a una, por eso y porque es lo único que quiere oír. Y como le da lo mismo hacia dónde se dirigen, con tal de ir con él, ni siquiera pregunta. Camina junto a Jaime, se deja llevar, se abraza a su cintura y sin saber cómo, entre besos incandescentes, llegan a un portal.

— ¿A tu casa? —ríe.

— ¿Tú qué crees? —contesta él, riendo también y buscando las llaves sin soltarla, como si temiera que fuera a escaparse.

Jaime la empuja suavemente dentro del ascensor, pegándose a ella y ese escaso metro cuadrado se convierte en un tumulto de manos y lenguas, de abrazos y susurros, de botones arrancados y ropas enredadas. Y no recuerdan cómo salieron de allí —ni en qué momento— ni cómo entraron en la casa ni cómo fue a parar al suelo la poca ropa que aún llevaban encima; un reguero de prendas que conducía directamente a la cama. Entre ellos todo fluye con una suavidad infinita, todo es fácil en ese mar de sábanas revueltas. Es muy fácil sumergirse en una ola de placer incalculable y no cerrar los ojos. Sin dejar de mirarse, como si intentaran calibrar el momento en que sus cuerpos dejaron de formar parte del mundo para habitar un espacio reservado solamente a los seres que alguna vez han conseguido sentir la inmensidad de sus vidas. Y después, desplomada sobre su pecho, Blanca deja que Jaime salga de ella despacio y esta vez sí cierra los ojos.

Reina, 5 de marzo de 2011

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