Veinte fotografías, unas cuantas cintas de cassette —sí, sí, de esas que a veces se enganchaban y se enredaban; esas cintas, hoy casi una reliquia, cuyo sonido nada tiene que ver con nuestros MP3— y una nota escrita por Rosamond. Tres elementos más que suficientes para que Jonathan Coe escriba una de las novelas más deliciosas que he leído en mi vida.
Rosamond tiene 73 años y acaba de morir. Gill, su sobrina, debe encontrar a Imogen pero no sabe cómo; sólo tiene el vago recuerdo de una pequeña niña rubia y ciega. Así empieza una historia de mujeres, de madres e hijas, de culpas y deseos; una historia tierna y cruel, de amor y pasiones, de contradicciones…, una historia de misterio, mucho misterio. Y también un retrato de la sociedad inglesa desde la II Guerra Mundial hasta los 90′.
La obra no se estructura en los clásicos capítulos, sin embargo cada fotografía es un capítulo, una pequeña historia dentro de una trama que atrapa de principio a fin con sus exquisitas descripciones. Tampoco tiene prólogos ni epílogos, simplemente es: la cadencia de la narración tan suave como una lluvia continua, dulce e incesante, los personajes fascinantes, el final espléndido, impecable.Porque hay cosas en la vida que sólo hago por placer y una de ellas es leer.
– (…) No me importa que llueva en verano. Hasta me gusta. Es mi lluvia favorita.
– ¿Tu lluvia favorita? –dijo Thea-. Pues la mía es la lluvia antes de caer.
– Pero, cielo, antes de caer en realidad no es lluvia. (…) Es sólo humedad. Humedad en las nubes. (…)
– Ya sé que no existe. Por eso es mi favorita. Porque no hace falta que algo sea de verdad para hacerte feliz, ¿no?