Diálogos de Libro

Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.

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Michée Chauderon, la última bruja de Ginebra.

Michée Chauderon, ahorcada y quemada en 1652, fue la última víctima de la caza de brujas emprendida en Ginebra por la inquisición protestante.

Michée Chauderon, la última bruja de Ginebra. Imagen: Le Sabbat des sorcières. Hans Baldung (1508).

El día 6 de abril de 1652 amanecía en Ginebra gris como una premonición, sucio y desafinado, como condenado a la extinción incluso antes de manifestarse. Aquel martes de primavera, a punto de comenzar el espectáculo, la muchedumbre se hacinaba frente a una hoguera venenosa que crecía como el crepúsculo. Entre las llamas, se consumía un cadáver femenino. La habían ahorcado poco antes, en público. Alabarderos armados hasta los dientes contenían a la turba atizada por el fuego y la humillación ajena, devorando hollín y morbo. La víctima: Michée Chauderon, lavandera, católica y analfabeta, natural de Saboya y ciudadana ginebrina desde 1623.

La horda brama de entusiasmo cuando el verdugo lanza al aire las cenizas de la condenada. El viento primaveral barre el polvo, casi ya impalpable, sobre la nada. Se cumple así el veredicto del Tribunal de la Inquisición y del Éxodo: “No dejarás que viva una bruja”.

Cuando el Papa levanta la veda.

La histeria colectiva contra la brujería se había desatado dos siglos antes, cuando el papa Inocencio VIII concede a Heinrich Kramer —también conocido como Heinrich Institoris— y Jacob Sprenger una bula para investigar los delitos de brujería. Los dos monjes dominicos se apresuran a redactar el Malleus Maleficarum (Martillo de las brujas. Para golpear a las brujas y sus herejías con poderosa maza), un tratado perverso dirigido a desenmascarar y destruir a quienes pactaban con el diablo y extendían la herejía entre la cristiandad.

La compilación inquisitorial define la brujería como delito, justifica su existencia, explica por qué generalmente las autoras son mujeres y establece el procedimiento para su persecución.

El texto quedó listo en 1486. A partir de ese momento, el norte de Europa se convirtió en un páramo terrorífico de ignorancia y supersticiones, donde trapacear alegremente con la venganza, el chantaje y la delación. Una vez abierta la veda, la cacería es atroz. Son las féminas, por su  naturaleza defectuosa — el mal necesario, la tentación natural, la calamidad deseable, el peligro doméstico, el perjuicio delectable, el mal de la naturaleza pintado con buen color—, las principales sospechosas de colaborar con el diablo.

La brujería y la venganza al servicio de la envidia y el poder.

Michée Chauderon tenía cincuenta años cuando fue detenida por los inquisidores de Sacro Imperio Romano Germánico. Ya estaba desde 1639 en el punto de mira de los guardianes de la moral medieval por una supuesta relación extraconyugal y el embarazo correspondiente. Condenada al destierro, regresó a la ciudad tras casarse con su cómplice en el “delito de obscenidad”. Recompone su vida, su trabajo, su actividad social. Además, practica la medicina natural con bastante éxito y goza de muy buena reputación como curandera.

Su conocida “sopa blanca” —hecha a base de harina, sal gorda, pan, frijoles y plantas medicinales— alcanza extraordinaria celebridad por sus propiedades terapéuticas y nutritivas. Pese a ello, Michée Chauderon no es muy amiga de ejercer estas actividades. Lejos de jactarse de sus habilidades sanadoras, rechaza en más de una ocasión ciertas peticiones. Fue lo que sucedió con Pernette Guillermet.

El origen de la venganza de la adolescente —una niña bien, despechada por constantes desencuentros con la sirviente de su madre— fue la negativa de Chauderon a servirle de chamán. Seguramente celosa del poder de sanación de la lavandera, y en connivencia con otras siete mujeres, decide librarse de ella, acusándola de prácticas satánicas. El hecho de que fuese previamente denunciada por estas mismas personas por robar un candelabro, confirma esta hipótesis, como explica el historiador Michel Porret.

Extranjera, viuda, inculta, católica y sin familia.

Sabemos que Chauderon se casó en el exilio con el padre su futuro hijo. Como era habitual en la época, el embarazo no llegó término. El feto murió y poco después del regreso a Ginebra, también el marido, víctima de unas extrañas fiebres. Total que la mujercita se queda sola y no vuelve a casarse. Pero lejos de echarse a perder, la viuda se desenvuelve perfectamente pese a su ignorancia, la lacra de sobrevivir a su compañero y las diferencias religiosas. No fue suficiente para pasar desapercibida.

Un mes antes de la ejecución, las ocho denunciantes hacen correr el rumor de que Michée Chauderon estaba marcada por el diablo. Los inquisidores no pierden un segundo: la detienen sin contemplaciones y, una vez presa, se esmeran en aplicar al dedillo el procedimiento diseñado por Kramer y Sprenger. Como era de esperar, la tortura y la humillación surten el efecto previsto. La pobre desgraciada confiesa finalmente que una vez entrevió la sombra de Satán y se entregó a él.

¿Cuándo fue? No lo recuerda bien. Hará un par de años. Ella volvía de trabajar cuando sintió una especie de brisa. Olía a campo y a tierra recién cavada, a agua de lluvia, a estío. Envuelta en esa especie de aura llena de silencio, la infeliz no se dio cuenta de la hecatombe, de la promesa de aniquilación que le llegaba en forma de vaho ardiente. A partir de ese momento, sólo le vio a él, a ese íncubo monstruoso que le regaló el mal envuelto en el polvo de una manzana.

Michel Porret y la sombra del diablo.

De esta truculenta historia e histeria brujeril da buena cuenta Michel Porret en su libro L’Ombre du diable. El historiador suizo tuvo acceso al expediente completo del proceso y ejecución de Michée Chauderon, que se conserva intacto en los Archivos del Estado de Ginebra. Una rara avis si se tiene en cuenta que la tradición inquisitorial conminaba tanto a la destrucción física de la bruja como a la de todo vestigio de su existencia.

En efecto, Porret investiga de manera minuciosa los diecisiete cuadernos que componen el archivo PC 3465 y que, en contra de la voluntad de sus jueces, no sucumbe al fuego purificador. Al contrario, no ha habido bruja en Europa de la que haya hablado tanto como de Michée Chauderon, asegura Porret. ¿La razón? El momento bisagra en el que tuvo lugar el despropósito. Veinte años antes, hubiera sido banal; veinte después, inaceptable. Y es que entre los años 1650 y 1660 las hipótesis diabólicas fueron rechazadas de plano en una Europa más dispuesta a abrazar la luz que las tinieblas.

Fueron los protestantes liberales, contrarios a la rigidez del calvinismo, los principales instigadores de la denuncia del caso Chauderon como una negación de la tolerancia y de la imagen de la Ginebra moderna que se pretendía proyectar ante el mundo. Voltaire acabó por convertir el affaire en una muestra flagrante de fanatismo religioso. A la condenada en una mártir a la altura de Miguel Servet.

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