Diálogos de Libro

Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.

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Artemisia Gentileschi y el dominio del claroscuro.

Artemisia Gentileschi presenta a sus mujeres como figuras fuertes físicamente, desafiantes, que se resisten a ser controladas.

Artemisia Gentileschi. María Magdalena como Melancolía (Sala del Tesoro, catedral de Sevilla, España).

La vida de Artemisia Gentileschi (Roma 1593 – Nápoles 1653) no fue precisamente un camino de rosas. Pero tampoco fue todo lo difícil que solía para una mujer artista en la Italia del XVII. Bella y con extraordinario talento para la pintura, Artemisia tuvo la suerte de nacer y crecer en el seno de una familia culta. Su padre, el también pintor Orazio Gentileschi, supo reconocer y potenciar el genio de su hija desde niña. Aprendió a pintar su taller, bebiendo de las fuentes de Caravaggio, de su dramatismo y su intensidad.

Pero Orazio cometió un error tremendo: confiar su formación a Agostino Tassi. Y es que el tipo resultó ser un delincuente de la peor calaña. No sólo intentó matar a su esposa y robar a su amigo. También violó a la joven Gentileschi quien, además del abuso, tuvo que sufrir la humillación y la tortura para defender su inocencia de acuerdo con las prácticas judiciales de la época.

Ni su condición femenina ni escándalo de su violación le impidieron convertirse en una de las artistas más importantes de su época y un referente de la pintura caravaggista.

Reconocida y respetada por sus colegas y mecenas, Artemisia Gentileschi firma su primera obra con tan solo 16 años, Susana y los viejos. Un lienzo que ya muestra tres de los motivos frecuentes en su pintura: la representación de bravas mujeres bíblicas, el rechazo al sometimiento patriarcal y el desnudo femenino. Es cierto que su pintura temprana aún no reflejaba la energía y la violencia que luego se apoderó de su obra. Sin embargo apuntaba la ferocidad de una mujer luchadora dispuesta a sortear cualquier norma preestablecida. En realidad, se saltó todas. Y plasmó en su pintura tal vez el primer manifiesto feminista no escrito.

Efectivamente, la obra de la Gentileschi manifiesta una especie de reivindicación consciente y directa, ajena al aparente acatamiento de los tópicos masculinos por parte de contemporáneas brillantes como Elisabetta Sirani.

Destaca, en primer lugar, el carácter poderoso de sus personajes femeninos. Gentileschi presenta a sus mujeres como figuras fuertes físicamente, desafiantes, que se resisten a ser controladas. Se desvía igualmente de la iconografía tradicional y pone en entredicho la mirada masculina sobre el cuerpo de la mujer, «creando una confrontación directa que quiebra la convencional relación entre un espectador masculino activo y una mujer receptora pasiva», señala Whitney Chadwick.

La estética de Artemisia realza un elemento mucho más sutil: la complicidad femenina. Se aprecia, por ejemplo en su Judith decapitando a Holofernes, mucho más sangrienta y retadora que la misma escena interpretada por Sirani. «Los cuerpos rotundos, maduros y fuertes de Judith y de su sirvienta aparecen literalmente sobre Holofernes, sujetándolo, hundiendo la espada con fuerza en su cuello. Nada distrae la atención en la oscuridad de la tienda: de un fondo oscuro surgen en fuerte contraluz las mujeres y su víctima«, explica Francisca Pérez Carreño —Catedrática de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad de Murcia—. Ambas mujeres aparecen como cómplices del acto.

El imaginario pictórico de la artista cabalga entre el clasicismo imperante y ese nuevo naturalismo tan arraigado en Caravaggio. Un estilo que no acabó de calar en el gusto posterior italiano, más inclinado hacia la moderación que a la exacerbación y la violencia escenográfica. Tal vez por ello, Artemisia sufrió un doble olvido en los manuales de arte: el derivado de su condición femenina y el de abrazar una corriente que pasó a un segundo plano.

En su obra también destaca el tratamiento de los desnudos femeninos. Susana y los viejos fue el que le hizo famosa. A este le siguieron un número bastante más numeroso de los que se esperaba entonces de una mujer. Sin embargo, fueron muy solicitados por «la maestría de la ejecución, el naturalismo de la representación —facilitado por su familiaridad con el cuerpo femenino—, seguramente unidos al morbo que despertaba el que fuera una artista quien los realizaba que, en cierta medida, se desnudaría para el espectador«, señala Pérez Carreño.

Antes de establecerse definitivamente en Nápoles —donde instaló su taller hacia 1630 y desarrolló lo más fecundo de su carrera—, la Gentileschi había recorrido casi toda la Italia artística: Florencia, Roma, Génova, Venecia. Se hizo un nombre potente entre el artisteo napolitano y mantuvo el vigor de su dramatismo cromático y lumínico.

El Nacimiento de san Juan Bautista (1633-1635), su única obra en el Museo del Prado, es considerada por Roberto Longhi como el más logrado estudio lumínico de interior de toda la pintura italiana del siglo XVII.

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