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Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.

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Paseos GaldosianosEl Madrid de Benito Pérez Galdós. I.

Pese a las diferencias y las ínfulas de modernidad europeo-contemporáneas del Madrid del siglo XXI, es fácil hallar en él infinidad de vestigios galdosianos. Calles que todavía existen, improntas castizas que han desafiado (y superado) al paso del tiempo.

Benito Pérez Galdós

Viajar al Madrid de Benito Pérez Galdós implica retroceder en el tiempo. Mucho más de un siglo separa la ciudad con pretensiones cosmopolitas de 2020 de aquella otra casi provinciana, incendiada e incendiaria, rebelde y reprimida, del reinado de Isabel II. A finales del siglo XIX, la capital era una urbe convulsa, bulliciosa, que se asomaba con timidez a los primeros signos de crecimiento, abandonaba el romanticismo y donde la vida giraba en torno a la política.

Pese a las diferencias y las ínfulas de modernidad europeo-contemporáneas, es fácil hallar en el Madrid del siglo XXI infinidad de vestigios galdosianos. Calles que todavía existen, tabernas, teatros, algunas corralas, latiguillos chulescos… Improntas castizas que han desafiado (y superado) al paso del tiempo. Es el Madrid genuino de Galdós, tan irreductible como una aldea gala que él circunscribía al barrio de los Austrias, el entorno de la plaza de Oriente y el Palacio Real, la Puerta del sol, la plaza Mayor, la Costanilla de los Ángeles, Santo Domingo, Preciados. “Porque a mí, querida Cándida, que no me saquen de estos barrios. Todo lo que no sea este trocito no me parece Madrid”, escribía el autor en Tormento.

Es cierto que él también sucumbió a los encantos de un barrio de Salamanca, moderno, burgués e incipiente, cuando trasladó su domicilio a la calle de Serrano y la plaza de Colón. De eso hablaremos después.

Benito Pérez Galdós llegó a la Villa y Corte a punto de estrenar la veintena. Era 1862. El escritor canario se alojó de primeras en una pensioncita del barrio de Lavapiés. Poco después se trasladó a la calle de las Fuentes, muy cerca de Teatro Real. Modesta, pero acomodada, la pensión es hoy un edificio de viviendas, en cuya fachada una placa recuerda el paso del joven futuro escritor.

A tiro de piedra, la movida decimonónica: cafés, tertulias literarias, vendedores ambulantes… A poco más de media hora, en la calle San Bernardo 49, la Universidad Central de Madrid, donde se matriculó en Derecho. Claro que él, seducido por el escenario madrileño, el centro castizo, la estridencia de sus habitantes, el “tufo de la plebe”, se aparta de sus proyectos estudiantiles. Se da más al paseo errabundo que a la universidad, al café que al cuarto de estudio. Para colmo, Giner de los Ríos le empuja hacia el oficio literario. Comenzó así a colaborar como redactor en los periódicos La Nación y El Debate (ubicado en el nº 15 de la cuesta de Santo Domingo).

Entre crónicas periodísticas y vagabundeos constantes, Galdós fue dibujando en palabras los escenarios donde transcurriría la vida de sus personajes. “A las veces, llevábame Roberto Robert a Lhardy, un espléndido restaurante bodegón que radica en los sótanos de la plaza Mayor, y tiene su entrada suntuosa por Cuchilleros, en lo más bajo de la Escalerilla”. Este pasaje de La incógnita (1889) muestra uno de los iconos del imaginario madrileño que tanto frecuentaba el escritor.

Retrocedamos a la década de los 70 y La Fontana de Oro.

Ya abandonada la universidad, asiduo a tertulias como las del café de La Iberia, el Suizo o Lhardy, el joven don Benito publica en 1870 su primera novela, La Fontana de Oro. El viejo café decimonónico se ubicaba entre la Carrera de San Jerónimo y la calle Victoria. “En la Fontana es preciso demarcar dos recintos, dos hemisferios: el correspondiente al café y el correspondiente a la política”. Cerrado el local en 1843, el empresario y librero francés, Casimiro Monier edificó en su lugar un moderno complejo hotelero donde cuentan las crónicas que llegó a alojarse Alejandro Dumas. En la actualidad, un bar irlandés ocupa el emplazamiento original.

La novela se desarrolla durante el reinado de Fernando VII. Benito Pérez Galdós narra acontecimientos históricos como el levantamiento de Riego y la llegada a Madrid —el 24 de mayo de 1823— de los Cien Mil Hijos de San Luis para restablecer el orden absolutista.

Tras los pasos de Fortunata desde la plaza Mayor.

El paseo por el Madrid genuino de Galdós bien puede iniciarse en la plaza Mayor. Fortunata vivía en el nº 11 de la Cava de San Miguel —“Su casa era una de las que forman el costado occidental”—, a dos pasos de la céntrica plaza donde solía acudir a comprar telas o simplemente a distraerse en los tenderetes y el canto de los gorriones. También acechaba por allí Juanito Santa Cruz, el señorito golfo, amante de Fortunata y marido de Jacinta.

–“Anoche cenó en la pastelería del sobrino de Botín, en la calle Cuchilleros… ¿Sabe la señora…?”.

Fortunata y Jacinta se publicó entre 1886 y 1887. Una obra maestra. Y también una de las más populares y que mejor reflejan el contexto social de la capital, de aquel Madrid que debía necesariamente crecer, “que la desamortización edificara una ciudad nueva sobre los escombros de los conventos; que el Marqués de Pontejos adecentase este lugarón…”. De ese Madrid galdosiano que el escritor retrata de manera tan magistral en toda su obra.

También es la plaza Mayor escenario de algún Episodio Nacional, como el del 7 de julio de 1823. Así la describe Galdós: “Ya se sabe que la Plaza Mayor tiene dos grandes bocas, por las cuales respira, comunicándose con la calle del mismo nombre. Entre aquellas dos grandes bocas que se llamaban de Boteros y de la Amargura, había y hay un tercer conducto, una especie de intestino, negro y oscuro: es el callejón del Infierno”.

Nada sucedía en Madrid si no sucedía en esta hermosa calle: la calle Toledo.

… Entramos en la calle de Toledo, arteria de toda la circulación manolesca, centro de las chulerías, metrópoli de las gracias, bazar de las bullangas, cátedra de picardías y teatro de todas las barrabasadas madrileñas. Cien Mil hijos de San Luis. Episodios Nacionales.

Es también esta calle una de las favoritas de Fortunata, uno de los ángulos vitales de la mayoría de los personajes madrileños del autor. Junto a la Puerta del Sol y la Plaza Mayor, Toledo hervía de bullicio tabernero (ochenta y ocho tabernas desde la Puerta de Toledo a la Plaza de la Cebada), de comercios y vendedores ambulantes, traperos, lenguaje chulesco y proletariado urbano. Para Benito Pérez Galdós, la calle Toledo era la más bonita y pintoresca del mundo, pegada al Rastro, el otro centro neurálgico del trapicheo castizo.

Del rastro da buena cuenta en Misericordia, donde describe a sus vendedores como «locuaces, indolentes, algunos agarrados a los periódicos, y otros oyendo la lectura, todos muy a gusto en aquel vagar bullicioso, entre salivazos, humo de mal tabaco y olores de aguardiente«.

(Continúa).

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