Flora Célestine Thérèse Henriette Tristán y Moscoso Lesnais (París, 7 de abril de 1803 – Burdeos, 14 de noviembre de 1844), más conocida como Flora Tristán, sufrió todas y cada una de las imposiciones masculinas de la época. Primero por ser hija natural —bastarda, decían en aquel tiempo— de un importante terrateniente peruano, amigo de Simón Bolívar. Después, abocada a la miseria, accedió a un matrimonio impuesto —para las mujeres de entonces el convento o la prostitución eran las otras dos únicas alternativas— con un ser repugnante, alcohólico, violento, mucho mayor que ella: André Chazal. Un maestro grabador, jefe y dueño del taller de litografía en el que Flora trabajaba desde los 15.
El padre de Flora Tristán fue un aristócrata militar natural de Arequipa, su madre, Thérèse Lesnais, era una dama francesa. Se conocieron en Bilbao de manera casual. Fruto de aquel encuentro nació la niña que jamás quiso reconocer legalmente, aunque sus primeros 5 años de vida los pasó a su lado, en la magnífica residencia parisina de su propiedad. La historia de Flora truncó al morir don Mariano de Tristán y Moscoso. La familia Tristán, conservadora, adinerada y clerical no consintió reconocer la filiación ni la unión de sus padres. Dos años después, ya instalada junto a su madre en un barrio marginal de París, comienza su periplo por la pobreza y, siendo apenas una adolescente, la penosa travesía por el maltrato, la violación, la injusticia, la lucha por la emancipación de la mujer, el calabozo…
El matrimonio resultó para Flora una atadura, una cárcel de celos y violencia que le privaba de toda libertad. Convertida en la vasija, la sombra y la reproductora de los hijos de Chazal, intentó librarse de él. En vano. El divorcio no existía para las mujeres. Abandonar el hogar estaba penado por la ley. Intentar escapar era una locura, pero lo hizo, con dos hijos a la espalda y un bebé en el vientre: Aline, la que sería la madre de Paul Gauguin (no llegó a conocer a su abuela quien murió cuatro años antes de su nacimiento). Cómo se portó Gauguin con su madre, da para otra historia. Bien larga e igualmente bochornosa.
“Nunca más”, se dijo Florita allá por el 1825 y salió de París. Se escondió en el campo, en provincias como Rouen, Londres también… El viscoso Chazal no paró de buscarla. La encontró, sí. Mucho después. Y lo pagó Flora a precio de bala incrustada en el pecho. Él se fue de rositas. Entre tanto ella ya había viajado a Perú y había escrito Peregrinaciones de una paria, el más célebre de sus libros.
Flora había mantenido correspondencia con su familia paterna y soñaba con viajar a Arequipa a reclamar sus derechos. Finalmente, con la ayuda de Mariano Goyeneche, embarcó desde Burdeos el 7 de abril de 1833. Tuvo que dejar a sus hijos en manos ajenas, lejos de las garras de Chazal. La acogida por parte de la familia peruana no es mala. Aun así sólo logra una pequeña pensión mensual que apenas le aliviaba de las penurias económicas. A la vuelta del viaje, emprende una batalla campal en los tribunales para independizarse definitiva y legalmente de su hediondo marido y preservar a sus hijos de él. Ni modo. Alexandre, el mayor siempre enfermizo, ya había muerto. Chazal reclama a los otros dos, desquiciado de amargura y deseo de venganza.
Flora Tristán descubre el feminismo a través Mary Wollstonecraft. Poco después, contacta muy ilusionada con los discípulos de Saint Simon. Su gozo en un pozo. Pese a las ideas socialistas y revolucionarias, las mujeres no tienen papel en la escena de la igualdad y la fraternidad del grupo. Ingenieros, médicos, poetas que declamaban sobre el progreso y el socialismo, habían creado una asociación en la que no cabía la opinión femenina, sin papel en la construcción del futuro socialismo. Bueno sí, el de siempre: parir y mantener a la familia.
Mientras la hiena Chazal se venga de la entereza de Florita robándole a los niños a plomazo limpio, ella reclama el divorcio legal. Reivindica que las mujeres puedan elegir libremente a su cónyuge sin la intervención de intereses parentales. Lucha por el derecho a la educación. Realiza un análisis brillante sobre de la unión entre feminismo y socialismo. “Tratad de comprender bien esto: la ley que esclaviza a la mujer y la priva de instrucción, os oprime también a vosotros, hombres proletarios. Porque mientras las mujeres permanezcan en un estado tal de embrutecimiento, serán presas del conservadurismo”, escribió en el tercer capítulo de Unión Obrera, dedicado a la mujer.
La emancipación de la mujer (1845) es un manifiesto implacable contra la inferioridad matrimonial del sexo femenino, la gazmoñería del ambiente y un ensayo anticipatorio del pensamiento feminista. Denuncia el matrimonio –“el único infierno que reconozco”– como medio de opresión contra las mujeres. El feminismo de Flora Tristán evoluciona, por instinto, desde socialismo utópico al científico en los cortos años de producción literaria y política. Hay que tener en cuenta que Flora no tuvo acceso a la cultura. Fue una autodidacta inspirada por su olfato visionario y su afán de justicia más que por su saber. Desconocía los principios de la economía política, pero tenía muy claro el concepto de libertad sin calibrar el escándalo. Sabía muy bien por lo que luchaba y lo hizo a su manera. Dejándose la piel y la vida. Como una fiera. Y todo a pelo. Sin leyes a su favor ni apoyo alguno.