Diálogos de Libro

Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.

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El objetivismo individualista de Ayn Rand.

A Ayn Rand la han llamado sectaria, racista, dogmática, antifeminista, radical... Eso en los días buenos. Sin embargo, ella no estaba dispuesta a hacer la más mínima concesión. Inmolarse en el altar de lo colectivo no entraba en sus planes de vida.

El objetivismo de Ayn Rand.

Alissa Zinóvievna Rosenbaum. Así nació la que después fue conocida después como Ayn Rand. La escritora de la polémica, la madre del objetivismo filosófico y defensora a ultranza de la razón, el interés propio y el capitalismo, vino al mundo en 1905, en un país (Rusia) que como ella misma afirmaba, era “el menos conveniente para una fanática del individualismo”. Su infancia fue cómoda y feliz. Aprendió a leer por sí misma; a los 9 años, cuando ya había devorado toda la obra de Victor Hugo, tuvo clara su vocación como escritora y los 12 apuntó en su diario: “hoy he decidido ser atea”.

En febrero de 1917, el parque Znamenskaya —situado justo enfrente de su casa en San Petersburgo— fue ocupado por los bolcheviques. Confiscaron todos los bienes de la familia, incluidas la vivienda y la farmacia del padre. Los Rosenbaum, ante semejante panorama, se refugiaron en Crimea (uno de los pocos bastiones del ejército contrarrevolucionario). La experiencia marcó definitivamente el pensamiento de la jovencísima Alissa. A partir de entonces, su inquina natural hacia lo colectivo y el comunismo se transformó en un profundo desprecio. Así nació el segundo de sus sueños: cambiar su país por Estados Unidos. El único lugar en el mundo que ella consideraba civilizado y libre. Lo consiguió en 1926 y jamás volvió a poner un pie en Rusia.

Aterrizó en Nueva York sola, con 50 dólares en el bolsillo y un objetivo irrenunciable: obtener la nacionalidad americana, “por elección y por convicción”. Para ganarse la vida aceptar trabajos mediocres hasta que sus textos y conferencias le permitieron dedicarse por completo a su vocación literaria. Nadie la ayudó (no es del todo exacto. Al principio paso un tiempo en Chicago en casa de unos parientes). Tampoco ella consideraba que los demás estuvieran obligados a tenderle la mano.

Sus alegatos sobre la libertad pronto la situaron en el centro de todas las controversias. Ahí sigue, 37 años después de su muerte, en el ojo del huracán. Que sea, como dicen por ahí, la escritora fetiche de Trump —aunque yo esté convencida de que el personaje lea algo aparte de su propio Twitter— no ayuda en absoluto a retomar su pensamiento de una forma desapasionada. Tampoco el título de uno de sus libros, La virtud del egoísmo (1964). Si nos ceñimos a la definición de “egoísmo” de la RAE —“inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás”—, son obvias las connotaciones negativas. Eso sin entrar en fundamentos religiosos.

Sin embargo, ahondando en el libro de marras, descubrimos que la idea del “egoísmo” de Rand no se refiere a pataletas infantiles. No tiene nada que ver con el capricho ni con hacer lo que a uno le venga en gana en todo momento, sino a las necesidades básicas, a la supervivencia, a la dignidad. Es lo que ella denomina egoísmo racional: “sólo un hombre racionalmente egoísta, que posee autoestima, […] está preparado para convivir en una sociedad racional, libre, pacífica y benévola”.

Volviendo a sus referentes intelectuales, si Victor Hugo fue el literario, Aristóteles le abrió las puertas de la filosofía. En esencia, el pensamiento de Ayn Rand se basa en el concepto del “hombre como un ser heroico, que entiende su propia felicidad como ética, su trabajo como la más noble ocupación y la razón como pensamiento absoluto: “un egoísta en el mejor sentido del término”. Reniega de la democracia, el socialismo, lo público, el altruismo (enemigo absoluto) y la religión (el verdadero veneno de la humanidad). A través del objetivismo, Rand revive e integra el pensamiento aristotélico.

Una filosofía “para vivir en la Tierra”.

Así define Ayn Rand el objetivismo. Un pensamiento original, revolucionario que cuestiona la moralidad de los últimos 2000 años y parte de la realidad, de la percepción de la misma por los sentidos, y la razón como herramienta para procesar dicha percepción. De esta forma se adquieren los conocimientos, se definen los conceptos y se establece una relación equilibrada y beneficiosa para todos los seres humanos.

Sobre estos tres pilares, Rand construye una filosofía que propone la búsqueda de la felicidad propia —interés propio racional— como único objetivo moral. Sólo el capitalismo puro (laissez-faire) permite alcanzar este fin. “El hombre —cada hombre— es un fin en sí mismo, no el medio para los fines de otros. Debe existir por sí mismo y para sí mismo, sin sacrificarse por los demás ni sacrificando a otros. La búsqueda de su propio interés racional y de su propia felicidad es el más alto propósito moral de su vida”.

La rebelión de Atlas. ¿Quién es John Galt?[1]

Se considera actualmente la obra maestra de Rand. En ella, a través de la tremenda personalidad de John Galt, desafía los valores tradicionales y la corrección política, integra pensamiento y acción, aglutina toda su filosofía.  Nada es casualidad en esa fascinante trama que divide la estructura social estadounidense en dos clases. Los “saqueadores”, representados por la clase política (místicos del músculo) y las religiones (místicos del espíritu), convencidos de que toda actividad económica debe estar regulada y sometida a una fuerte imposición fiscal establecida por los burócratas y compinches.

Los “no saqueadores”: los emprendedores, empresarios, artistas, científicos, intelectuales y creadores de todo tipo. Proponen una solución antagónica para (re)generar prosperidad y evitar el hundimiento en el lodo del colectivismo, la apatía y la falta de libertad. Los héroes randianos, hartos del expolio al que les somete el estado, se declaran en huelga y se retiran para construir su propio mundo, ocultos en las Montañas Rocosas.

A Ayn Rand la han llamado sectaria, racista, dogmática, antifeminista, radical… Eso en los días buenos. Sin embargo, ella no estaba dispuesta a hacer la más mínima concesión. Inmolarse en el altar de lo colectivo no entraba en sus planes de vida. Por ello insistió tanto en el bienestar individual, la afirmación del “yo”, el derecho inalienable a la propiedad privada, la capacidad para pensar, la racionalidad. Su legado, muy influyente en el pensamiento liberal, sigue en la cresta de la ola. Se reedita sin tregua y se vende a ritmo de best-seller, como un canto a la libertad.

[1] Ayn Rand, La rebelión de Atlas, Buenos Aires, Grito Sagrado, 2004.

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