Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.
De qué habla Ayaan Hirsi Ali cuando habla del islam.
Ayann Hirsi Ali: "Mis opiniones sobre el islam se basan en mi conocimiento y experiencia como musulmana, después de vivir en sociedades musulmanas –incluida La Meca, el corazón de la fe islámica– y de mis años de estudio
del islam como practicante, estudiante y profesora".
Por decirlo rápido y sin paños calientes, cuando Ayaan Hirsi Ali habla del islam habla de intolerancia, de violencia contra las mujeres y de sectarismo. Y lo hace con conocimiento de causa y de todas las consecuencias que tales afirmaciones implican. Ella, que sufrió la mutilación genital apenas cumplidos los cinco años, fue seguidora de los Hermanos Musulmanes, vistió de acuerdo con los códigos más estrictos y deseó convertirse en una mártir de su religión, lo mandó todo al carajo cuando la perspectiva inminente de un matrimonio concertado le hizo replantarse las creencias que hasta aquel momento habían condicionado su vida y su libertad como mujer y como ser humano. Y escapó.
Ayaan Hirsi Ali nació en Somalia, en el seno de una familia islámica conservadora y estricta. Actualmente vive en Los Ángeles, amenazada de muerte, a causa de su feroz crítica contra la religión musulmana. Pero la huida y el exilio nunca fueron ajenos a la vida de Hirsi Ali. Desde niña ha vagado por el mundo, nómada y desarraigada. Primero junto a su familia. A causa de las ideas políticas de su padre, contrarias a la dictadura de Mohamed Siad Barre, escapan de Somalia instalándose definitivamente en Kenia, tras dos cortos periodos en Arabia Saudí y Etiopía. Cada cambio de país le obligaba a adaptarse, a aprender idiomas, a asumir su constante nueva condición.
A los 22 años, ya curtida en la práctica del amoldamiento, se enfrentó a una de las experiencias más desgarradoras de su existencia. El padre, que les había abandonado a todos en Kenia una década antes y de quien no volvió a saber hasta aquel momento, le ordenó viajar a Canadá para casarse con un pariente, un completo desconocido. En el trayecto, hizo escala en Alemania. Y vio la luz. “Una sensación instintiva” la impulsó a escapar. ¿Por qué? Quizá porque supo que esta vez, por primera vez, el destino estaba en sus manos. Así que tomó un tren dirección Holanda. Y lo hizo a sabiendas de las consecuencias y de la reacción de su padre y su clan al descubrir su fuga. Era 1991.
Insumisa
De nuevo se encontró en un país desconocido. De nuevo tuvo que abrir los ojos. De nuevo aplicó su destreza en eso de la adaptación. Inició los trámites de asilo, aprendió el neerlandés en tiempo récord y estudió Ciencias Políticas en la Universidad de Leiden porque necesitaba comprender el funcionamiento (fascinante) de aquella sociedad impía a sus ojos, pero pacífica, estable, próspera, tolerante, generosa y profundamente bondadosa que la acogió sin juzgar. Y su mente emprendió el largo viaje hacia la insumisión, hacia el cuestionamiento de su mansedumbre respecto a los dictados de Alá, la fe ciega en el islam y las costumbres tribales.
Mientras tanto, leyó a Spinoza,Voltaire, J. Stuart Mill, Kant, Bertrand Russell y otros pensadores occidentales que ampliaron sus fuentes de conocimiento más allá del Corán. Trabajó como intérprete y traductora en el servicio nacional de inmigración y como trabajadora social en refugios de mujeres maltratadas. Tales experiencias le ayudaron a conocer el funcionamiento del sistema de inmigración neerlandés y a reflexionar sobre la educación recibida.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 la pillaron con nuevo empleo en la Fundación Wiardi Beckman. Le sorprendió enormemente cómo en ese entorno algunos achacaban semejante barbarie a la frustración, la pobreza, el desarraigo de los musulmanes en Occidente. Y es que ella ya le costaba entonces disociar los actos violentos de los islamistas radicales de los ideales religiosos que los inspiran. Mucho más tarde, en 2015 —poco antes de que los hermanos Kouachi irrumpieran en las oficinas del semanario Charlie Hebdo armados con fusiles AK-47 y asesinaran a sangre fría a 11 personas—, escribía: “yo creo que cuando un asesino cita el Corán para justificar su crimen, deberíamos al menos debatir la posibilidad de que lo que dice, lo dice en serio”.
En ese mismo libro, Reformemos el islam (Galaxia Gutenberg), se atrevió a afirmar que el islam no es una religión de paz. Y aclaró: “Cuando afirmo que el islam no es una religión de paz, no me refiero a que las creencias islámicas induzcan de forma natural a los musulmanes a la violencia. Es evidente que no es así: hay millones de musulmanes pacíficos en el mundo. Lo que digo es que la llamada a la violencia y su justificación se hallan de forma explícita en los textos sagrados del islam”.
Imaginarse la que le cayó
No sólo por parte del sector religioso islamista, para quienes ya se trataba de una hereje redomada, una apóstata, blasfema e indigna. También fue acusada de islamofóbica, y estigmatizada y silenciada en Occidente. “Nunca dejará de sorprenderme el hecho de que no musulmanes que se consideran liberales –incluidas feministas y defensores de los derechos de los homosexuales– se hayan dejado convencer de un modo tan burdo para ponerse del bando de los islamistas, y en contra de críticos musulmanes y no musulmanes”.
Retrocedamos hasta 2003
Ese año se iniciaba como diputada en Parlamento Holandés y activista política en defensa de los derechos de las mujeres en las sociedades islámicas.
Doce meses después, su colaboración en el corto SubmissionPart I, dirigido por el cineasta liberal Theo van Gogh, le valió la inclusión en la lista negra de Al-Qaeda junto a Salman Rushdie o el propio van Gogh —degollado en plena calle por un islamista neerlandés de origen marroquí—. “Me hallo en buena compañía: Salman Rushdie, Irshad Manji, Taslima Nasreen, Mohammed Abu-Zeid”, ironiza Hirsi Ali respecto a la ristra de amenazas de muerte recibidas desde entonces.
Submission Part I trata del desafío de mujeres musulmanas que pasan de la sumisión total a Dios a entablar un diálogo con su deidad. Aparece la mujer azotada por cometer adulterio; la entregada en matrimonio a un hombre a quien aborrece; la golpeada regularmente por su marido, la repudiada por su padre cuando se entera de que su hermano, el tío de ella, la ha violado. Los autores de estos abusos los justifican con citas de versos del Corán.
Una crítica demoledora contra la gestión europea de la inmigración musulmana
Hoy es una de las voces más críticas y potentes contra el islam y la inviable integración de ciertos inmigrantes en las sociedades democráticas (e igualitarias) occidentales. No duda en señalar “la educación recibida” por estos “hombres que desprecian a las mujeres”, procedentes de países de mayoría musulmana, como uno de los grandes problemas de la Europa del siglo XXI. Claro que tampoco duda en acusar a los dirigentes políticos europeos de cómplices en la erosión acelerada de los derechos de la mujer. Unos derechos que ya dábamos por consolidados y que, a causa del “buenismo” progre y la dichosa “cultura de la cancelación”, vuelven a situarse en la cuerda floja.
Estas premisas —y el cambio de la situación de la mujer en Europa en estos últimos años— constituyen los pilares de su nuevo ensayo, Presa (Debate, febrero 2021). El libro se centra casi exclusivamente en el comportamiento de los hombres musulmanes en países occidentales libres e igualitarios —Francia, Alemania, Reino Unido, Suecia—. No lo hace porque la conducta despectiva y el abuso sean distintivos de este grupo. Hirsi Ali es plenamente consciente que tales actitudes desdeñosas, violentas, abusivas (y delictivas) se dan también entre hombres no musulmanes.
Si se concentra en este colectivo es por tres motivos fundamentales. El primero “magnitud de la inmigración llegada a Europa desde países de mayoría musulmana”; el segundo, “su relieve político” y la fuerza que en el debate populista alcanza la demonización de esta clase de inmigración. Finalmente, “un diálogo franco supone también un desafío para los islamistas, que reconocen el problema, pero proponen un remedio que relegaría a todas las mujeres”, señala la propia escritora en el prólogo del libro.
En Presa: La inmigración, el islam y la erosión de los derechos de la mujer, Hirsi Ali seencara también con la clase dirigente europea que, con sus políticas identitarias victimistas, está favoreciendo y tolerando el deterioro de las libertades y los derechos más elementales de las mujeres. Y todo en pleno siglo XXI, cuando teníamos por abolidas determinadas prácticas discriminatorias y plenamente consolidadas las libertades femeninas, tras décadas de activismo social.
Pues, como asegura en el libro, “estos hombres que desprecian a las mujeres no acotan su menosprecio a aquellas con las que comparten origen. Algunos musulmanes extienden este sentimiento a todas las mujeres, incluidas las europeas”. Esto implica “un fracaso colosal” por parte de la clase dirigente y una necesidad urgente de revisión de “un sistema roto” que beneficia tanto a los islamistas como a los populistas de derechas.
Con idéntica rotundidad sacude a los líderes occidentales, mejor, a su falta de liderazgo. Les acusa de irresponsabilidad a la hora de enfrentar una realidad demoledora y misógina que pone en peligro los logros que tanto han costado a las mujeres europeas. Su postura, documentada y argumentada a conciencia, resulta asimismo incómoda para los defensores de la inclusión indiscriminada, sin pasar por el filtro de la democracia, de la igualdad y de la exigencia de una integración real en las sociedades occidentales libres.
Ayaan Hirsi Ali ha recibido el reconocimiento internacional por su labor solidaria en defensa de mujeres y niñas y sus denuncias contra el autoritarismo islámico. Por idénticos motivos ha sido acusada de radical y legitimadora del nacionalpopulismo contemporáneo. Nada menos.
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