Diálogos de Libro

Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.

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Tribu, no soy yo. Y no voy. Mi feminismo es otro.

Menos mal que no tengo hijas y no me veo en la tesitura de explicarles por qué soy feminista y, a la vez, no lo soy. Sí lo soy. Pero no soy tribu.

Tribu, no soy yo. Y no voy. Mi feminismo es otro.

Dicen que Flaubert dijo “Madame Bovary, c’est moi”. Igual lo dijo, pero por ahora nadie ha conseguido documentar tal afirmación. Después el drama de la pobre Emma la convirtió en una especie de mártir, víctima de los prejuicios, la sociedad patriarcal (que sí) y, en mi opinión, de su propia incoherencia y su propia confusión con respecto a su vacío interior.

A lo que voy. Al margen de si Flaubert fue o no Madame Bovary, mi postura al respecto o la controversia sobre su historia, esa frase tan manida atribuida al escritor francés me sirve para expresar mi exasperación ante el 8 de marzo que se avecina: tribu, no soy yo. Ni víctima. O sí, porque si me apeteciera contar (que no me apetece nada ni viene al caso)… No lo puedo soportar. Ni el victimismo ni la instrumentalización ni la huelga. Y no voy.

Voy a intentar explicarme. Lo necesito. Necesito vomitar la jartura, el hastío que me provoca el nuevo feminismo que considero reduccionista, dogmático e intervencionista. Menos mal que no tengo hijas y no me veo en la tesitura de explicarles por qué soy feminista y, a la vez, no lo soy. Sí lo soy. Pero no soy tribu. La manipulación me crispa. Muchísimo. Pero me disgusta aún más que determinados sectores se permitan el lujo de hablar en mi nombre. Salir a la calle en mi nombre. Sin preguntar, sin anestesia. A pelo. Porque sí. Porque, según sus dogmas, formo parte de su ¡colectivo! Ay no. Me quito de en medio ya mismo. Salid a donde queráis, haced huelga, acampad, gritad, dejaos seducir por los vocingleros, los demagogos, lo que os dé la gana. Faltaría más. Pero no en mi nombre, por favor.

Si hace un año contaba que tenía el corazón dividido, doce meses de afirmaciones como las que siguen me lo han reconstruido bien firme. Gracias por ello.

El feminismo será de izquierdas o no será”, leo en Twitter casi a diario. Pues no será. Si no caben todas las mujeres, al margen de su ideología personal, no será. Porque no es congruente hablar de inclusión, excluyendo. Ni de igualdad, rechazando. Ni de independencia económica —esa que nos permite decidir si vivimos solas o acompañadas sin sumisión a los “caprichos” de quien “trae el dinero a casa”—, confundiendo derechos con bienes que además es obligación ineludible de las instituciones públicas proporcionar(nos) a todas. O «todes». O como se diga ahora. Porque el mundo está en deuda con nosotras sólo por haber nacido. Considerar que el Estado es fundamental para resolver los problemas de la mujeres es condenarnos a la manipulación.

Si seguimos regalando la esencia del feminismo al estado, a los partidos políticos —ahora todos son feministas; incluso Vox utiliza el feminismo en su propaganda preelectoral— será (lo está siendo) una tribu sectaria, un clan al servicio de intereses políticos y otros peores que lo utilizarán mientras sea el medio para conseguir sus fines adulterados. De un hombre indeseable —nadie ha dicho que sea fácil— te puedes liberar, del yugo estatal jamás. Eso sí que es una cruz. Y una lacra.

Luego están quienes lo mezclan todo, no sé si por confusión propia o para sembrar la confusión entre los partidarios del feminismo y desprestigiar una lucha no sólo legítima, sino necesaria en pleno siglo XXI. Ejemplos: llaman puta a “x” (¿dónde están las feministas?); el violador no es blanco y hetero (¿dónde están las feministas?); Pedroche se despelota en Nochevieja (¿dónde están las feministas?)…

Y, cómo no, también las feministas con carnet vip que quitan y otorgan títulos, que etiquetan y que, en ocasiones, no dudan en linchar a las mujeres cuya postura no es lo suficientemente radical. Y se trata de desvelar la identidad de alguna mujer que escribe con seudónimo por motivos personales, laborales o simplemente porque le sale de las narices, tampoco dudan en ponerle nombre, apellido y foto (si la tienen). Todo ello en función de si la dueña de tan misteriosa identidad pertenece o no al club del feminismo selecto. Alimento perfecto para los cocineros del desconcierto y el vilipendio.

Ya me entra la risa, floja del todo, cuando una del PSOE —con apellido de esos que te marcan la vida— vocifera tranquilamente que la remuneración correspondiente al 8 de marzo, cuya agenda no tiene otro evento que ir a no trabajar, la va a destinar a no sé qué asociación. Qué suerte cobrar el día que haces huelga. La pera. O que la “reina” (no la educada para ello sino la otra) también apoya la el circo, el paro, la movilización, el petardeo que va a ser el próximo viernes. He tenido que buscarlo en varios medios para asegurarme de que no era una noticia falsa.

Como no me puedo ir lo suficientemente lejos, voy a ir al teatro. A ver una representación diferente: una ópera contemporánea, escrita, dirigida y compuesta por mujeres. Igual es muy poco feminista, pero prefiero apoyar el arte que los tejemanejes.

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Argumentario 8M Madrid

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