Diálogos de Libro

Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.

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Nos está quedando un siglo XXI precioso.

En pleno siglo XXI, cuando en Occidente se suponían superadas la mayor parte de las prácticas integristas propias de sistemas infames, ha surgido una prole de sectarios, charlatanes, ignorantes y 'ofendiditos' de todo signo dispuestos a restaurar la dictadura de la demagogia y el pensamiento grupal.

Palacio Ducal de Venecia. Nos está quedando un siglo XXI precioso

Allá por el 1310, la Serenísima República de Venecia sufrió un batacazo revolucionario que a punto estuvo de remover las instituciones que la sostenían desde el siglo IX. Resulta que un tal Bajamonte Tiepolo —Gran Cavaliere veneciano, descendiente de doges e hijo de Giacomo Tiepolo— organizó un pitote de mil demonios contra el dux Pietro Gradenigo. Su intento de derrocamiento fue sofocado sin contemplaciones, el disidente condenado al destierro y sus secuaces debidamente ajusticiados.

En julio de ese mismo año, una vez restablecido el orden, se creó el Consejo de los diez, una especie de policía secreta del Estado, y se distribuyeron por todo el territorio unos hermosísimos buzones de piedra. El diseño de las Bocche di Leone era bastante menos siniestro que su función: recoger las denuncias secretas destinadas a los magistrados y los tribunales especiales, custodios de la seguridad. Así, legitimada la delación anónima, cualquier persona que supiera escribir podía acusar a su vecino, su pariente o su mejor enemigo íntimo de cualquier felonía que le apeteciese. Total, los inquisidores ya se encargarían de interrogar e impartir justicia, que para eso estaban.

Hoy todavía se conservan, como un vestigio medieval y artístico, las del Palazzo Ducale, la iglesia de S. Maria della Visitazione en el Zattere, la de S. Martino a Castello y la de S. Moisè en San Marcos. Pero esta miserable costumbre incriminar al vecino, de amordazar a quien piensa distinto o no se doblega ante los dogmas validados por los guardianes de la moral, no es un recuerdo vergonzante del medievo y la inquisición. Al contrario, en pleno siglo XXI, cuando en Occidente se suponían superadas la mayor parte de las prácticas integristas propias de sistemas infames, ha surgido una prole de sectarios, charlatanes, ignorantes y «ofendiditos» de todo signo, dispuestos a restaurar la dictadura de la demagogia y el pensamiento grupal.

Y aquí, en España —que nos subimos al carro de las soplapolleces patrias con o sin denominación de origen, con idéntica alegría que al de las importadas—, igual jaleamos las maguferías homeópatas, la toxicidad del jamón ibérico o los discursos apocalípticos sobre el clima de una niña a quien parecen haberle amputado la sonrisa de un tajo, como los de la suma sacerdotisa (en funciones) de la pureza neofeminista. La de verdad, bonita. Que para eso está la “ideología de género”, para convertirla en el sustituto perfecto de una decadente lucha de clases y un arma de politización y adoctrinamiento masivo.

Todo ello, cómo no, aderezado por la violencia verbal de unas redes sociales amparadas por la impunidad del anonimato y la censura aleatoria al servicio de vaya usted a saber qué intereses, y la (des)información de unos medios esclavos de las nuevas religiones laicas de partido. No critico los diferentes sesgos ideológicos de sobra conocidos de unos y otros medios privados (por eso son privados y tienen su propia línea editorial), sino la adicción de muchos de ellos a la subvención y los chiringos políticos.

Lo peor, la insolencia con la que la airean y la desvergüenza disfrazada de superioridad moral con la que se venden para aumentar los “clics” y las audiencias a costa de lo que sea. Si es necesario pasarse al amarillismo más abyecto, se pasa uno y punto. Si hay que incentivar el integrismo, se crea una Bocche di Leone en un diario digital —“si conoce algún caso de abusos sexuales que no haya visto la luz, escríbanos con su denuncia a…”, dice el panfleto— para que se denuncie a diestro y siniestro, sin jueces, policías ni legislación. Con lo entretenidos que son los linchamientos y los (pre)juicios mediáticos, lo justa que es la turba impartiendo justicia populista, lo rentable que es comerciar con el morbo.

Da igual si por el camino hacia el lodazal del descrédito y la bajeza se aniquilan reputaciones a lo Katharina Blum, se pisotean los principios básicos de cualquier sistema democrático o se arruina, de paso, el prestigio de una profesión que tuvo (y tiene aún) personas capacitadas para informar sin adoctrinar, de forma imparcial, contrastada y precisa.

Respecto a la desfachatez absoluta de casi todos los medios públicos, su adhesión incondicional a la jerga vocinglera del oportunista de turno, la manipulación o el revisionismo censor, ya hablo otro día.

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