Rosa, rosa, rosam, rosae, rosae, rosa.
Vestir a las niñas de rosa, aunque ellas mismas lo pidan a gritos, es machista, retrógrado y las condena a inmolarse en el altar de la desigualdad. Que lo sepan.
MenuNadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.
El naranja es un tono insumiso. Sabe agridulce cuando estalla entre los dientes. Es infalible al tacto y al olfato, fascinante para la vista. Te obliga a pensar en picado.
De ante puro y tacón infinito. Infinitos ellos, teñidos del color de la energía y la determinación. El naranja es un tono insumiso. Sabe agridulce cuando estalla entre los dientes. Es infalible al tacto y al olfato, fascinante para la vista. Aliado de la indecencia y la incorrección política, es el antídoto contra el eufemismo: te obliga a pensar en picado, rodando en llamas sobre el asfalto envenenado por la lluvia. Todo se me ocurre mientras miro la fotografía de un par de zapatos naranjas. Fuera, la tormenta se ceba contra el ventanal.
Llevo dos días encerrada en casa. Todo un invierno puede resumirse en estas 48 horas: el crujido de la bisagra, la maldita ventana que nunca cerró bien, el azote del agua, el aullido del viento de un marzo que parece diciembre. Y el frío. Al otro lado ellos, punzantes, infinitos, mirándome desafiantes desde la pantalla del pc. El gris implacable y húmedo que cae a plomo desde hace dos semanas no logra eclipsar su intensidad. Y pienso. Qué vicio, qué extravagancia, la de ver en cualquier cosa otra distinta, la de inventar metáforas, la de otorgar a cualquier objeto inanimado un poder casi divino. Fuera, los recuerdos pugnan por quebrarme de nuevo.
Es 11 de marzo. Hace 14 años, el silencio rugía entre las vías y la sangre de una estación de tren. Era jueves y llovía, con saña, igual que hoy. Sólo se escuchaba un murmullo oscuro, el idioma del infierno. Aterrador. Hace 17, ponía en manos de los médicos a mi único hijo. Una tontuna de operación, no más de media hora. Tardaron más de diez en devolvérmelo. Era lunes y llovía. No me acuerdo de la saña de lluvia de aquel día, sí de la losa, de la angustia del gris, de la mente en llamas. Del sabor naranja de después.
La lluvia no cesa. Tampoco el siseo del recuerdo. Sigo hipnotizada frente a ese par de zapatos naranjas. De ante puro y tacón infinito. Infinitos ellos, indómitos, desafiantes. Y pienso. Bloqueo el recuerdo. Subida en ellos, nada malo puede ocurrir.
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