Rosa, rosa, rosam, rosae, rosae, rosa.
Vestir a las niñas de rosa, aunque ellas mismas lo pidan a gritos, es machista, retrógrado y las condena a inmolarse en el altar de la desigualdad. Que lo sepan.
MenuNadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.
Es domingo y aún nada parece raro. Estamos los tres en casa como cualquier mañana festiva, haciendo lo que solemos en cualquier mañana festiva. Únicamente las calles vacías, el silencio que desborda las aceras me recuerdan que vivimos una situación anormal.
Aunque se veía venir, el Covid-19 ha impuesto un escenario inédito. Casi sin avisar, sin apenas darnos plazo para mentalizarnos de la condena, el Estado de Alarma nos ha confinado a una realidad que implica sacrificio, disciplina, determinación. Toca apretar los dientes, superar la desolación, buscar la forma de sobrellevar este encierro forzoso en principio definido, a la larga ya veremos.
Cada uno se agarrará a lo que pueda. Yo, tras unas primeras horas de confusión y aturdimiento, de rabia contra la ineptitud de quienes nos gobiernan, de un poco de rebelión y bastante incertidumbre, he decido contar mi experiencia. Así nace este Manual para sobrevivir a un encierro forzoso.
Madrid, 15 de marzo de 2020.
Me despierto temprano. Algo más tarde de lo habitual, pero no me importa. Tomo mi café y mi desayuno tranquila, como hago siempre; me ducho, me visto: vaqueros, camiseta, deportivas. También me arreglo el pelo y me pinto los labios de rojo Lady bug. Leo los e-mails y el Twitter mientras me fumo un cigarrillo, el primero del día. Luego miro por la ventana. La luz todavía es dorada y tierna. Cuatro nubecillas sonrosadas sobre el bloque de ladrillos apenas anuncian la tarde tormentosa que está por llegar.
Es domingo y aún nada parece raro. Estamos los tres en casa como cualquier mañana festiva, haciendo lo que solemos en cualquier mañana festiva. Únicamente las calles vacías, el silencio que desborda las aceras me recuerdan que vivimos una situación anormal. Sólo de vez en cuando el aire se conmueve por el chirrido del autobús sobre el asfalto. Sólo de vez en cuando la ciudad se estremece por el pitido de una ambulancia o de un coche policial. «Estamos en estado de alarma, váyanse a sus casas, no pueden permanecer en la calle».
La orden tajante me devuelve a la realidad: es aquí, al otro lado de la ventana, el único sitio donde puedo estar. Es aquí, al otro lado de la ventana, desde donde voy a ser testigo directo de esta especie de apocalipsis zombi. #QuédateEnCasa es la consigna. No puedo hacer otra cosa más que permanecer aquí, en este reino de privacidad forzosa, rutina y parálisis. El aislamiento social suele resultarme terapéutico, no así cuando es impuesto. Entonces, busco el lápiz que no aparece. ¡Si lo tenía en la mano hace un momento!
Los motines de alma se aplacan escribiendo. O leyendo. Porque las letras siempre han tenido un efecto analgésico y todavía es demasiado pronto para perder la cabeza. Aún no pesan las horas ni la vida interrumpida. Aún no “peleamos” por bajar las botellas y los frascos al contenedor de cristal, por ir a la compra, por hacer un recado de última hora, por sacar al perro. No tenemos perro. Escribo porque tenía que contarlo. Porque no basta sentarse a esperar a que la tormenta pase cuando una cuadrilla de primates salvajes pretenden hacerse con el control de tus neuronas.
El día cede. La oscuridad se impone. Ha empezado llover con furia incontenida. Un relámpago rabioso ilumina a la gente que aplaude asomada a los balcones. El clamor se extiende en esta primera noche de muchas. Huele a tierra mojada. Algo dentro de mí se desmenuza en miles de fragmentos como cristales en punta.
+
Instrucción para el día 2: Controla el tabaco. Has fumado en exceso. Hacía mucho que no lo hacías.
La forma más sencilla de estar al día de todo lo que se publica en Diálogos de Libro.