Diálogos de Libro

Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.

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El sinuoso camino hacia la paridad: las portavozas, los políticos demagogos y la vergüenza ajena.

¿Es tan difícil subir al púlpito a mujeres preparadas, que sepan argumentar, que no vociferen despropósitos, que no me hagan sentir vergüenza ajena?

las portavozas, los políticos demagogos y la vergüenza ajena

En España, hace casi un siglo que las mujeres tenemos derecho al voto pese a la oposición de alguna célebre feminista radical. Hace poco más de 40 años —tras el impasse siniestro de la dictadura durante el cual nadie tuvo derecho a nada, el género femenino especialmente— que somos reconocidas (sobre el papel) como ciudadanas de primera. Es cierto que en pleno siglo XXI queda mucho camino por recorrer para que la paridad llegue a los más altos niveles laborales, políticos, artísticos… No por falta de capacidad ni de preparación. También en el ámbito de la justicia existen infinidad de prejuicios por limar. Y superar. Como en el terreno social: estigmas, estereotipos, imposiciones, tradiciones cavernícolas, desigualdades diversas siguen minando el desarrollo natural de las mujeres como los seres humanos libres e independientes que deberíamos ser. Me refiero exclusivamente al entorno occidental.

La Ley de Igualdad española —en cuya exposición de motivos se cita la idea de Stuart Mill sobre la “perfecta igualdad que no admita poder ni privilegio para unos ni incapacidad para otros”— se limita a enumerar una serie de recomendaciones “pro-igualdad” que acarician levemente las cuotas, pero no las impone. No cuestiono el fin: bueno, sin duda. Los medios, sin embargo, no me parecen los adecuados. Esto me lleva a recordar a las portavozas, los políticos demagogos y la vergüenza ajena. De ello hablaré después.

Diversos estudios arrojan datos positivos con respecto a las cuotas en los países cuya aplicación es obligatoria. Vistas de manera aséptica, pueden considerarse medidas dirigidas a contrarrestar el sinfín de dificultades (y agresiones) que nos llueven a diario por el mero hecho de ser mujeres. Una realidad, insisto, difícil de negar a estas alturas. Sin embargo, las consecuencias de las cuotas no son tan positivas como nos las venden. En mi opinión, forzar la igualdad de resultados proyecta sobre nosotras una minusvalía que debe ser equilibrada desde el poder. Me repatea.

¿Pasar de depender de la benevolencia de un hombre a vivir de la condescendencia de un ente opresor como el Estado nos hace realmente más libres?  El Estado (los estados) no devuelve nada que no haya robado antes —a espuertas, además— para colmar sus propias necesidades. O sí, pero los intereses que cobra a cambio de las migajas rozan la usura. Lo que me lleva de nuevo a reflexionar sobre las portavozas, los políticos demagogos y la vergüenza ajena.

¿Qué tienen que ver las cuotas con las portavozas, los políticos demagogos y la vergüenza ajena?

Las voces (o las vozas) demagogas que reivindican un pensamiento plano y pautado de cualquier cuestión social —del feminismo en particular— ocupan varios de los puestos que las “seudocuotas” españolas conceden. Eso me ha hecho preguntarme si entre el inmenso espectro de mujeres competentes no es posible escoger a aquellas que no me hagan sentir vergüenza ajena cada vez que abren la boca. ¿Es tan difícil subir al púlpito a mujeres preparadas, que sepan argumentar, que no vociferen despropósitos? Existen, sí. Otra cosa es que ellas quieran meterse en semejante lodazal público.

Si hace unos meses me rebelaba contra aspecto físico vs feminismo, hoy lo hago frente al feminismo vs ideología política. Ninguna mujer es más feminista por defender ideas de izquierdas. Las que abogamos por el capitalismo (no hay nada que otorgue más poder a una mujer que su independencia económica) somos igual de feministas. El punto de vista político no debería contaminar el objetivo que compartimos: la igualdad real. No necesito estar de acuerdo con todas las posturas, incluso puedo estar en desacuerdo absoluto. Eso me da igual. Tan sólo pido no sonrojarme. Y me niego a que portavozas y políticos demagogos se arroguen el derecho de conceder o arrebatar “carnets” feministas y quedarme callada.

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