Año Picasso: el maestro y el ‘Guernica’. I Parte.
En pleno siglo XXI ‘Geurnica’ es una imagen capaz de generar una densa encrucijada de significados, donde se entremezclan su poder de mito, icono popular y símbolo cultural ilustrado.
MenuNadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.
De eso he venido a hablar hoy, del Kimbell Art Museum. Se encuentra en Fort Worth, cerca de Dallas, un paradigma de la exquisitez en mitad las grandes llanuras texanas.
Nunca he estado en Texas. Para ser sincera, ni siquiera me he planteado viajar a una tierra que suelo imaginar árida y extensa, poblada de señores con rifles y sombrero cowboy y señoras gordas y rubias que en el instituto fueron cheerleaders de un equipo del béisbol. Es lo que tiene dejarse llevar los clichés facilones. Quizá sería más justo decir que otros arquetipos cinematográficos —mucho menos toscos— también me han empujado a fantasear con la cría de caballos, rodeos feroces y otros delirios asociados a las grandes fortunas del petróleo o los viñedos de Hill Country.
En cualquier caso, todo esto carece de importancia.
Un sábado de esos con sabor a café con leche y tostadas crujientes, en plena procrastinación matinal, la imagen de una obra de George de La Tour me llama la atención en Twitter[i]. Es extraño que en el nido de demagogos y odiadores profesionales en que se ha convertido esa red, sobresalga alguien que admire el arte, la armonía, la perfección. Pero, a veces ocurre. El hilo correspondiente era igualmente jugoso: la belleza de las pinturas que cuelgan en las paredes de un museo texano.
De eso he venido a hablar hoy, del Kimbell Art Museum. Un centro de arte abierto el 4 de octubre de 1972. Se encuentra en Fort Worth, cerca de Dallas. La ciudad, orgullosa de su pasado fronterizo y las leyendas del Salvaje Oeste, es hoy un centro metropolitano en expansión regado por el río Trinity. El museo, un paradigma de la exquisitez en mitad las grandes llanuras texanas.
Todo empezó durante la década de los 30 del siglo XX. Kay Kimbell y Velma Fuller comenzaron a interesarse por los retratos británicos y franceses de los siglos XVIII y XIX. Poco después constituyeron una Fundación para gestionar su colección y construir un museo que la albergara. Cuando el Sr. Kimbell murió en 1964, la colección del matrimonio contaba con 260 y 86 obras de diferentes disciplinas artísticas.
El Kimbell Art Museum es uno de los más bellos espacios de arte de EEUU. Sólo la arquitectura merece un capítulo aparte. Consta de dos edificios separado e independientes diseñados, respectivamente, por dos de los grandes nombres del siglo XX: el estadounidense Louis I. Kahn y el italiano Renzo Piano.
La estructura de Kahn es un canto a la luz natural y las superficies curvas. Ese juego sinuoso permitió al arquitecto crear una atmósfera sublime a base de formas abovedadas y cicloides que evocan el viejo silo de grano que ocupaba el lugar antes del 72. El poder del hormigón contrasta con la volatilidad de los tragaluces horadados en las cubiertas.
El pabellón de Renzo Piano (inaugurado en 2013) es una construcción mucho más liviana, de cemento, madera y cristal. Adaptado al paisaje y el entorno natural, el pabellón del maestro genovés mantiene la estética serena que tanto le caracteriza.
Tras el festín arquitectónico entre olmos y robles rojos, en el interior del museo nos espera una colección pictórica insólita, selecta, por su belleza, calidad e importancia artística. Como querían los Kimbell. Fra Angélico, Miguel Ángel, Carracci, de La Tour, Caravaggio, Nicolas Poussin, Diego Velázquez, Oscar-Claude Monet, Pablo Picasso, Henri Matisse… Ahí dentro hay de todo, desde antigüedades y arte tribal, asiático, no occidental, hasta obras vanguardistas y contemporáneas de mediados del siglo XX.
Perder la cabeza y la noción del tiempo no debe ser difícil en un lugar semejante.
Por empezar por alguna parte, empezaría por George de La Tour. Y una confesión. A este extraordinario pintor que relataba en óleo sobre lienzo la historia de la luz y de las sombras lo descubrí en el Museo del Prado. Siempre nos quedará Madrid para escapar de la ignorancia. Este señor huraño que narraba misterios, leyendas o la vida de campesinos, mendigos, niños, santos y prostitutas bizcas con idéntica destreza, anduvo siglos en el olvido. Tras ser rescatado de las tinieblas por Hermann Voss, el matrimonio Kimbell no perdió comba. El museo alberga una de las pinturas más famosas del francés: El tramposo del as de tréboles.
La última adquisición del museo, hace pocos días, fue una extraordinaria naturaleza muerta de Anne Vallayer-Coster. La pintora de la corte de María Antonieta fue, además, una de las pocas mujeres admitidas en la Real Academia de Pintura y Escultura Francesa en 1770. Por unanimidad, ni más ni menos. Casi un milagro en aquella época que se reconociera el talento de una mujer por sí misma.
Antes cayeron joyas como la Madonna Kedleston, de Parmigianino (1995), un cuadro juvenil único de Miguel Ángel, El tormento de San Antonio (2009) o una maravillosa cabeza (2017) de Amedeo Modigliani, esculpida en 1913.
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[i] El tuit lo escribió Eduardo Losada @EduLosada.
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