Diálogos de Libro

Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.

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El voto que viene.

¿Cómo pueden pretender que alguien les vote diciendo únicamente lo mal que hacen todo los del lado contrario? ¿Qué confianza puede inspirar una persona que sólo sabe hablar mal de los otros? Desde luego a mí así no me convencen. Cuando tenga dieciocho o me cuentan qué pretenden hacer, cómo lo van a hacer, de qué medios disponen para conseguirlo y si no los tienen dónde piensan buscarlos, o los va a votar su padre. Eso. Además de convencerme con argumentos racionales de que todo lo que prometen es bueno para el progreso y el bienestar del país. Y el mío, naturalmente. En esos términos o parecidos se expresaba ayer un chaval tras escuchar perplejo el discurso de una miembra del pesoe que lo mismo podría haber pertenecido al pepé, al peneuve o a izquierda unida, por mentar a algunos. Porque el chaval, que tiene dieciséis años y bastante más criterio que muchos de los considerados aptos para elegir a sus gobernantes (claro que como en algún punto hay que dar el tajo y carecemos de indicadores de estupidez, no nos queda otra que recurrir a la edad) no se detuvo a descodificar el color de la demagoga de turno sino a flipar con la soflama inconsistente de la tipa. Razón no le falta.

El voto que viene.

El voto que viene.

¿Cómo pueden pretender que alguien les vote diciendo únicamente lo mal que hacen todo los del lado contrario? ¿Qué confianza puede inspirar una persona que sólo sabe hablar mal de los otros? Desde luego a mí así no me convencen. Cuando tenga dieciocho o me cuentan qué pretenden hacer, cómo lo van a hacer, de qué medios disponen para conseguirlo y si no los tienen dónde piensan buscarlos, o los va a votar su padre. Eso. Además de convencerme con argumentos racionales de que todo lo que prometen es bueno para el progreso y el bienestar del país. Y el mío, naturalmente.

En esos términos o parecidos se expresaba ayer un chaval tras escuchar perplejo el discurso de una miembra del pesoe que lo mismo podría haber pertenecido al pepé, al peneuve o a izquierda unida, por mentar a algunos. Porque el chaval, que tiene dieciséis años y bastante más criterio que muchos de los considerados aptos para elegir a sus gobernantes (claro que como en algún punto hay que dar el tajo y carecemos de indicadores de estupidez, no nos queda otra que recurrir a la edad) no se detuvo a descodificar el color de la demagoga de turno sino a flipar con la soflama inconsistente de la tipa. Razón no le falta.

Esto me hizo pensar en el voto que viene. A la vuelta de la esquina lo tenemos. Mejor dicho, lo tienen ustedes, los interesados en conservar o alcanzar el poder. Que debe ser algo sublime (el poder, digo) a juzgar por cómo se aferran al mismo a nada que lo acarician aunque sea con la punta de los dedos. Ustedes, actuales okupas de los asientos de la Plaza de las Cortes y otros sillones que antaño fueran ilustres.

Pues eso, señores políticos, que además de sus problemas habituales, no sé si han caído —lo dudo, dada su cortedad de miras— en la que se les avecina. Porque sin negar la existencia de ninis y otras especies, tienen a punto de caramelo una nueva generación que estudia (a pesar de las leyes de educación que se suceden cada cuatro años, a cual más infame por cierto), que razona, que piensa y que dentro de unos meses decidirá si confía en ustedes o les mandan a la mierda. Me inclino por lo segundo. Pero es una opinión.

A lo que voy. Que la gente que viene no es imbécil (los que estamos tampoco pero nos han echado a perder ya) y son sus votantes potenciales. Como no espabilen, cambien el discurso, se olviden de la demagogia, el eufemismo y el expolio indiscriminado, no les va a votar ni el gato.

Que la gente de 16 (la de hoy) no sabe de dictaduras nacional-catolicistas, ni de transiciones más o menos bien hechas (o sí, pero como parte de la historia) y no les van a camelar con tontunas nostálgicas. A la gente de 16 no les hacen tragar milongas sin masticar y son perfectamente conscientes del estercolero repugnante en el que, entre unos y otros trincando a destajo —en solitario o como pareja de hecho—, han convertido España. Saben que pintar la monarquía (estamento medieval y caduco donde los haya) color democracia española y como tal rebosante de advenedizos trincones (o no tanto), es como intentar cuadrar el círculo. Que si la quieren déjenla como debe ser, obsoleta y rancia, pero no nos la disfracen de institución democrática ejemplar.

Saben de sus compadreos infames, de sus pactos con el diablo (o la diabla) de turno ya sea europeo, norteamericano o la cabeza pensante del populismo más ruin si hace falta. Porque como dice un célebre escritor y académico, de lengua tan afilada como certera, a la hora de sumarse a gilipolleces importadas —como si no tuviéramos bastante con las propias— son ustedes únicos. O algo así.

Saben de sus expolios, de su incompetencia, de sus embustes. Y no sé si no lo quieren ver, no lo ven porque son ustedes mucho más cortoplacistas e incapaces de lo que demuestran a diario (que no es poco, por otro lado) o ni siquiera lo han pensado.

Pero esta gente que hoy tiene 16 o 17 o 15 es la que les va a votar (o no) mientras ustedes fabrican una nueva hornada de borregos analfabetos capaces de engullir toda su basura sin decir esta boca es mía, a base de recortes en educación, créditos millonarios a la ignorancia y a la golfería y exportaciones masivas de carne joven a países donde la inteligencia y la cultura son un grado, no un problema.  Esa “mayoría silenciosa”, adoctrinada y cerril que tanto anhelan para seguir trincando, mintiendo y dándose la vida padre a costa del esfuerzo y el sufrimiento ajeno. De ahí a quemar libros hay un paso.

Pero mientras lo consiguen igual deberían tener en cuenta el voto que viene. Ustedes mismos.

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