Diálogos de Libro

Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.

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Los primeros días, los primeros pasos…

Llegué sola a un lugar desconocido, me detuve un segundo, me asomé… No vi a nadie… Ruido… No era desagradable ni ensordecedor, simplemente ruido, un ruido distinto que me atrajo sin motivo, me absorbió irremediablemente y quise entrar sin saber por qué.

_ ¿Quién eres?

_ Reina- respondí secamente.

Desconfiaba. Las desagradables experiencias vividas en los últimos meses me habían convertido en una persona recelosa, me habían arrebatado la espontaneidad y la frescura.

_ ¿Te vale con eso?

_ Sí, es suficiente. Escríbelo aquí – y me mostró una casilla rectangular, pequeña. ¿Deseas añadir algo?

Supongo que mi mirada fue lo bastante explícita.

_ Bien, no es necesario. ¿Quieres pasar?

Avancé sin decisión. Mis ojos convertidos en dos pozos enormes, oscuros y atentos escudriñaban aquella estancia. Sólo vislumbraba el vacío, un enorme agujero… Sin embargo, el ruido aumentaba conforme rebasaba el umbral. Qué lugar tan insólito -pensé- ruidoso, desierto, acompañado por un río incesante de voces, risas, símblolos extraños. Y yo allí sola, en medio de aquella algarabía. No me atrevía a hablar, no conocía esas voces, unas voces extrañas que no pertenecían a nadie, inmersa en una estancia enorme y luminosa, una habitación llena de gente a la que era incapaz de ver, gente a la que sólo podía escuchar. No estaba segura de querer conversar, ¿con quién? Tampoco me asaltaba la necesidad imperiosa de comunicarme. Escéptica, asombrada, curiosa, turbada, fuera de lugar…

Me di la vuelta y salí pero no cerré la puerta. El consciente de la inconscencia, la imprudencia de lo sensato, la ignorancia de la razón, lo que fuera…, aún hoy ignoro la causa. Me marché, pero no cerré la puerta.

Reina, 1 de mayo.

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