Diálogos de Libro

Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.

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Olympe de Gouges, la revolucionaria decapitada.

Olympe de Gouges, nacida Marie Gouze en 1748 en Montauban (Tarn-et-Garronne), de origen modesto, autodidacta, viuda a los 18 años, se negó a volver a casarse para mantener su libertad.

Olympe de Gouges. Escultores: Fabrice Gloux y Jeanne Spehar

Culta y burguesa, atrevida, rebelde e inconformista. El temperamento y la inquietud intelectual de Olympe de Gouges agitaron los cimientos de la revolución por antonomasia, la francesa del 1789. Su carrera literaria se forjó en el teatro y sus fuentes de inspiración brotaban entre la élite intelectual del siglo de oro francés que frecuentaba en los salones parisinos.

No sólo escribió varias obras —entre ellas La esclavitud de los negros (L’esclavage des noirs), inscrita en el repertorio de la Comédie Française en 1785 bajo el título de Zamore y Mirza, o el feliz naufragio (Zamore et Mirza, ou l’heureux naufrage)—, montó una compañía teatral itinerante cuyos ingresos no le permitieron sobrevivir hasta que sus textos comenzaron a representarse en todas las salas de Francia.

Si esta forma de vida femenina era sorprendente y fuera de lo común en la Francia inmediatamente anterior a la Revolución, su renombre (también su desprestigio y su infortunio) alcanzó cimas insospechadas por su ideología liberal, feminista y su acérrima defensa de la libertad individual. Enfrentarse a Robespierre, declarar la ilegitimidad de la pena de muerte en pleno esplendor de madame guillotine y promulgar en 1791 la primera Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, le condujeron directamente al patíbulo. Sin juicio ni abogado.

El informe de su muerte, publicado en La feuille du salut publique, decía: “Olympe de Gouges, nacida con una imaginación exaltada, confundió su delirio con una inspiración de la naturaleza. Quería ser un estadista. Hizo suyos los proyectos de los pérfidos que quieren dividir a Francia. Parece que la ley ha castigado a esa conspiradora por haber olvidado las virtudes que corresponden a su sexo”.

Olympe de Gouges, nacida Marie Gouze en 1748 en Montauban (Tarn-et-Garronne), de origen modesto, autodidacta, viuda a los 18 años, se negó a volver a casarse para mantener su libertad.  Fue una mujer de letras que convirtió su filosofía libertaria en compromiso personal y social. En sus numerosas luchas contra la discriminación, abogó por la legalización del divorcio, los derechos de los trabajadores desempleados, un impuesto patriótico o la abolición de la esclavitud. Reclamó para las mujeres todos los derechos de los hombres y encendió la llama de la polémica.

No es necesario señalar que el contexto ideológico de la época era en su mayoría poco propicio a conceder derechos políticos a las mujeres, aunque hubo excepciones (mínimas) encabezadas por el líder girondino Marie-Jean-Antoine Nicolas de Caritat, marqués de Condorcet. La oposición era mucho más celebrada.

Jean Denis Lanjuinais, informó a la Convención de que su comité mantendría la negación del voto a las mujeres. Argumentó, “es difícil creer que las mujeres sean llamadas a ejercer los derechos políticos. No consigo imaginar que, todo considerado, los hombres o las mujeres puedan ganar algo bueno con ello”. Chaumette rechazó indignado una petición de apoyo de mujeres que protestaban contra el decreto de la Convención: “¿Desde cuándo está permitido renunciar al propio sexo? ¿Desde cuándo es decente ver a mujeres abandonar los piadosos cuidados de sus hogares, las cunas de sus hijos, para acudir a lugares públicos, a oír arengas en las galerías, a la tribuna del Senado?

Claro que ella siguió a lo suyo. Jamás nadie le hizo renunciar a la lucha por lo que consideraba justo. Sus panfletos Olympe de Gouges en el Tribunal revolucionario y Una patriota perseguida tuvieron una gran repercusión, pero serían sus últimos textos. La revolución la decapitó y la historia posterior se encargó de enterrar su cerebro en lo más profundo del olvido. Pero el karma existe, aunque a veces actúa con pereza.

En octubre de 2016, la figura de Olympe conquistó un lugar (su lugar) en la Asamblea Nacional de París. Como una profecía cumplida — si la femme a le droit de monter à l’échafaud, elle doit avoir également celui de monter à la tribune[1]—, la cabeza de la abolicionista, cortada en el patíbulo en 1793, traspasa hoy los muros del palais Bourbon. Más de dos siglos después —¡ya era hora!— el busto de Olympe de Gouges esculpido por por Fabrice Gloux y Jeanne Spehar se alza, justo al lado de Jean Jaurès, junto al de todos esos hombres ilustres homenajeados en el templo de la libertad de la República Francesa.

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[1] Si la mujer tiene el derecho de subir al cadalso, debe tener también el de subir a la tribuna de las instituciones.

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