Diálogos de Libro

Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.

Menu

Me siento poderosa.Me siento poderosa.

Me siento poderosa porque ese concepto de poder asociado a la pasta, a la influencia y a la capacidad de decidir el futuro de la humanidad me importa una mierda. Porque dirigir me importa una mierda. Porque me basta con que no me dirijan.

Me siento poderosa

No tengo poder político ni económico. Si atiendo al impacto de mis opiniones e intereses en las redes, ni siquiera tengo poder social. Sin embargo, me siento poderosa. Muy poderosa. Porque ese concepto de poder asociado a la pasta, a la influencia y a la capacidad de decidir el futuro de la humanidad me importa una mierda. Porque dirigir me importa una mierda. Porque me basta con que no me dirijan. Porque dibujar mi propio futuro no me permite influir en el del resto. No me da tiempo. Porque me conformo con que no me influyan lo bastante para desvirtuar mi personalidad. Porque no valoro a las personas por su poder, sino por su inteligencia y su humanidad.

Me siento poderosa cada mañana cuando suena el despertador porque he decidido que suene a esa hora. Y me levanto porque he decidido levantarme aunque haya pasado una noche de infierno. Me siento poderosa porque podría silenciarlo, poner una excusa y seguir ¿durmiendo? Y no lo hago porque no me da la gana.

Me siento poderosa mientras desayuno. Lo hago despacio, con el runrún de la radio meciendo mis pensamientos, normalmente un devaneo entre lo que nos quieren hacer creer, el parte del tiempo (siempre esperando que no sea otra borrasca de esas que ahora llaman ciclogénesis explosiva, ¡dios qué cursilada!) y todo lo que tengo que hacer, que no me apetece y que sé voy a cumplir religiosamente un montón de horas después de procrastinar lo indecible (y arrepentirme de no habérmelo quitado de encima del tirón). No importa. Procrastinar forma parte de mi poder. Me tomo mi tiempo.

Me siento poderosa en mi gimnasio, sudando como un pollo, a punto de rendirme y remontando, el fondo cien, el abdominal cincuenta, la pesa que te puede. No te puede. Nada te puede. Nada me puede. El deporte me ayuda a marcar objetivos.

Me siento poderosa cada noche cuando he concluido mi trabajo porque sé que lo he hecho a conciencia, dejándome el alma en ello. Aunque algunos días no haya salido tan perfecto como me hubiera gustado.

Me siento poderosa porque pienso por mí misma. A veces de manera acertada, otras equivocada de medio a medio. Me siento poderosa porque intento —consigo de vez en cuando— librarme de la manipulación mediática. Porque procuro no dejarme arrastrar por el pensamiento plano, populista; o escabroso, complejo.

Me siento poderosa cuando me río de los eufemismos, casi todos los días, por cierto. Me siento poderosa cuando escribo «negro» o «moro» porque sé que mi texto carece de prejuicios. Me siento súper poderosa cuando no me identifico ni asisto a manifestaciones dirigidas por intereses ajenos a la semilla, a la verdad subyacente a tal manifestación. Cuando construyo mis argumentos desde la lógica. Iba a decir desde la objetividad, pero creo que en ese sentido me falta recorrido todavía. Tampoco me  importa. La subjetividad forma parte de mi poder. La vehemencia también.

Me siento poderosa cuando vivo despeinada, cuando voy descalza por la vida, cuando no me seco el pelo, cuando el viento me corta la respiración, cuando el mar me abre las venas. Cuando el sol me abrasa. Cuando el frío no me arruga lo suficiente. Cuando mi hijo me pide ayuda para un trabajo de la uni y acabamos haciendo una lista en Spotify.

Me siento poderosa porque soy mujer. Punto. Porque conozco un montón de mujeres mucho más poderosas que yo. Porque su día a día es la pera y no tiran la toalla. Porque están ahí y me inspiran cuando tengo un día rojo. Porque el mundo es nuestro, amigas. Y vosotras sabéis quienes sois. Y sabéis que me refiero a vosotras. No es necesario que os nombre.

Newsletter

La forma más sencilla de estar al día de todo lo que se publica en Diálogos de Libro.

Puedes ejercer en cualquier momento tus derechos de acceso, rectificación, cancelación y oposición sobre tus datos.

Cosas mías

Rosa, rosa, rosam, rosae, rosae, rosa.

Vestir a las niñas de rosa, aunque ellas mismas lo pidan a gritos, es machista, retrógrado y las condena a inmolarse en el altar de la desigualdad. Que lo sepan.

Ana M. Serrano

Menos pensar y más obedecer.

“Menos pensar y más obedecer”. Esa parece ser la consigna de estos nuevos líderes patrios arrogados de soberbia e ínfulas mesiánicas cuyo principal objetivo no es otro que perpetuarse en el poder.

Ana M. Serrano

Día veintitrés. Surrealismo áspero.

Son extraños los tiempos estos de surrealismo áspero, de viajes interiores hacia espacios fronterizos donde se desatan los motines del cautiverio en la más absoluta privacidad, la de uno mismo. Y sólo queda una tarea: lidiar con los propios demonios hasta que el nuevo día te deje escuchar otra vez su música.

Ana M. Serrano

Día trece. No basta con abrir la ventana.

Ahora que nada sucede, abrir la ventana implica asomarse a un abismo abarrotado de ausencias y silencio, a un vacío de cemento que se balancea sin ganas. Al tiempo, se ha convertido en el antídoto contra el encierro; el único recurso para escapar del cautiverio impuesto.

Ana M. Serrano