Diálogos de Libro

Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.

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Hablando de ARCO a toro pasado.

Teresa Margolles es un icono del arte contemporáneo latinoamericano (un filón, por cierto, de creatividad y trabajo a conciencia) que lleva más de tres décadas denunciando de manera explícita la violencia, especialmente la que sufren las mujeres en todo el mundo.

Sutura. Teresa Margolles

No voy a entrar en el debate sobre la censura, la (in)corrección político-artística o la libertad de expresión que salpicó de polémica las primeras horas de ARCO 2018. Tampoco voy a desmantelar la, en mi opinión, apología del selfie geolocalizado que protagonizaron una serie de artistas (y no tan artistas) para reivindicar la presencia femenina en los circuitos del arte actual.

Bajo el lema “estamos aquí”, el primer día de la feria (aún restringida para el público general) una marea de personas con el símbolo de la geolocalización a modo de diadema recorría los pasillos reclamando la visibilidad de las mujeres en la cultura. Se lamentaban (con razón) del silencio, del papel de musa, la ignominia, la infrarrepresentación. Respeto la acción, como respeto el resto de actos con tintes progre que tanta vergüenza ajena me provocan, pero no la comparto. El fin no puede ser más noble. El medio me chirría. Al margen de la procesión y el selfie indiscriminado con tufillo a postureo, ni una sola imagen, ni un solo nombre de mujer, ni una sola muestra del arte femenino expuesto ante las narices de todos se materializó en la protesta.

Lo tuve que buscar. Para eso estaba allí. Como la flâneuse destartalada que deambula por ferias, museos y galerías en busca de la emoción, lo encontré, por supuesto. Porque las tipas que se dejan la piel en un lienzo, en una fotografía, en un texto, para poner su pica donde corresponde, existen. Que nadie lo dude. La clavan donde más duele, en el corazón de todas las reivindicaciones. De las nuestras también.

Como la mexicana Teresa Margolles. Ella es un icono del arte contemporáneo latinoamericano (un filón, por cierto, de creatividad y trabajo a conciencia) que lleva más de tres décadas denunciando de manera explícita la violencia, especialmente la que sufren las mujeres en todo el mundo.

Nacida en Sinaloa en 1963, antes que artista fue forense en una de las regiones más violentas del mundo. Conoció de primera mano la laxitud oficial a la hora de recopilar, estudiar y conservar pruebas de crímenes. Conoció las morgues, el dolor, la injusticia social, el silencio, la represión, la marginalidad, el narcotráfico, la sangre, la atrocidad de los feminicidios de Ciudad Juárez.

Entre el caos del “futuro ideado por Chus Martínez —un desbarajuste colosal— y otros esnobismos propios de ARCO, me topé con la belleza de Sutura. Una fotografía de gran formato, cuya serenidad aparente esconde toda la brutalidad que Margolles disecciona en su obra. El escenario, una maravilla arquitectónica minimalista de principios del siglo XX, fue durante la II Guerra Mundial un centro de detención infame donde se hacinaban todos los colectivos —gays, trans, gitanos, judíos, prostitutas,…— que el nazismo y sus acólitos consideraban carne de Auschwitz.

En septiembre del año pasado, mientras visitaba el edificio (hoy parte del centro de estudiantes de la Universidad de Zagreb), la artista mexicana descubrió una línea de vías abandonadas del tren apenas visibles en el césped del exterior. Una cicatriz de hierro que le sirvió para entrelazar la historia siniestra de la construcción croata con el asesinato de tres prostitutas trasn en Ciudad Juárez.

En el sitio de esos asesinatos Teresa Margolles utilizó un lienzo húmedo para impregnar en él lo poco que quedaba del crimen: polvo, sangre, pelos o pequeños fragmentos de vidrio. Los miembros de la comunidad LGBTIQ de Zagreb cosieron las telas mexicanas en una sola mortaja mientras compartían y grababan sus propias historias personales.

El lienzo suturado, sostenido por los voluntarios croatas ante la bellísima inmensidad arquitectónica del pabellón francés de Zagreb, simboliza la violencia ejercida de manera incesante siempre contra las mismas personas. La denuncia incesante de una artista comprometida con la realidad social, la injusticia, la lucha por la igualdad.

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