Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. Carmen Martín Gaite.
Han pasado 50 años (1961) desde que se rodó y estrenó Breakfast at Tiffany’s —en español, Desayuno con diamantes— basada en la novela de Truman Capote y protagonizada por Audrey Hepburn y George Peppard. Para conmemorar el evento la Editorial Anagrama ha publicado una nueva edición del libro que inspiró el exitoso film norteamericano.
Desayuno en Tiffany’s (1958) es una nouvelle (novela corta) cautivadora, de una calidad literaria excepcional. Descripciones breves, diálogos frescos, ágiles, espontáneos y fluidos que narran la historia de Holly Golightly, una cautivadora mujer que vive en un barrio acomodado de Nueva York junto a un gato sin nombre -símbolo de la ausencia de raíces-, rodeada de hombres adinerados, diplomáticos, aspirantes a estrellas de Hollywood y cazafortunas que suelen asistir a sus fiestas.
Tras esa apariencia de frivolidad y despreocupación Holly esconde un alma herida, un corazón solitario que busca su lugar en el mundo. Una deliciosa mujer, encantadora y alocada que vive en un eterno presente absolutamente desordenado, tratando de ahogar sus debilidades y tristezas en fiestas, lujos y un ficticio glamour que vela su origen incierto y su tumultuosa infancia. La verdadera Holly es Lulamae Barnes, una chica sureña abandonada a su suerte que solo quiere escapar de la jaula y encontrar ese lugar donde no puede ocurrirle nada malo y dejar de sentir miedo. El narrador de la vida de Holly es su vecino y amigo Paul. Otro corazón herido y solitario, un soñador aspirante a escritor atrapado igualmente en un lugar que no le corresponde donde tampoco es feliz.
No quiero poseer nada hasta que encuentre un lugar donde yo esté en mi lugar y las cosas estén en el suyo. Todavía no estoy segura de dónde está ese lugar. ─Pero sé qué aspecto tiene.─ Sonrió y dejó caer el gato al suelo. ─Es como Tiffany’s ─dijo─. Y no creas que me muero por las joyas. Los diamantes sí. Pero llevar diamantes sin haber cumplido los cuarenta en una horterada; y entonces todavía resulta peligroso. Sólo quedan bien cuando los llevan mujeres verdaderamente viejas. María Ouspenskaya. Arrugas y huesos, canas y diamantes: me muero de ganas de que llegue ese momento. Pero no es eso lo que me vuelve loca en Tiffany’s… Oye, ¿sabes esos días en los que te viene la malea?
─ ¿Algo así como cuando sientes morriña?
─ No, no, la morriña te viene porque has engordado o porque llueve durante muchos días seguidos. Te quedas triste, pero nada más. Pero la malea es horrible. Te entra miedo y te pones a sudar horrores, pero no sabes de qué tienes miedo. Sólo que va a pasar alguna cosa mala, pero no sabes cuál. ¿Has tenido esa sensación?
─ Muy a menudo. Hay quienes lo llaman angst(1).
─ De acuerdo. Angst. Pero, ¿cómo le pones remedio?
─ No sé, a veces ayuda una copa.
─ Ya lo he probado. También he probado con aspirinas. Rusty opina que tendría que fumar marihuana, y lo hice una temporada, pero sólo me entra la risa tonta. He comprobado que lo mejor que me sienta es tomar un taxi e ir a Tiffany’s. Me calma de golpe, ese silencio, esa atmósfera tan arrogante; en un sitio así no podría ocurrirte nada malo, sería imposible, en medio de esos hombres con los trajes tan elegantes y ese encantador aroma a plata y a billetero de cocodrilo. Si encontrara un lugar en la vida real donde me sintiera como me siento en Tiffany’s, me compraría unos cuantos muebles y le pondría nombre al gato.
De la misma forma que sus personajes, Truman Capote(2) es un hombre solitario y melancólico que esconde una infancia carente de afecto y seguridad tras una máscara de desórdenes, escándalos y actitudes socialmente incorrectas.
NOTA. La película es una versión libre de la novela: aunque el fondo es parecido, hay escenas diferentes, la personalidad de Holly se suaviza y el final es muy distinto. Por ello, aunque seguramente habéis visto la película, os recomiendo la lectura del libro. Es delicioso, se lee en una hora, invita a reflexionar y, eso sí, deja un cierto sabor agridulce y una sonrisa pensativa.
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